Saturday, July 15, 2006

BIENVENIDO AL BLOG DE LOURAU

Algunas indicaciones útiles: clickeando en los enlaces que aparecen a la derecha de la pantalla se puede leer o imprimir sólo el documento que se abre y se evita la molestia de tener todos los documentos continuados.

Para aquellos que utilicen un lector les recomiendo desactivar la detección de idiomas haciendo insert más v y buscando con la d la opción de detectar idiomas desactivándolo con la barra espaciadora. Luego conviene ir con control más fin y buscar el enlace preferido con Shift más tab.


Para acceder a las clases de psicoanálisis del curso de verano

APROXIMACIÓN AL PSICOANÁLISIS
Para acceder a las clases desgrabadas de la materia Problemáticas sociológicas y Antropológicas:

CLASES DE PROBLEMÁTICAS SOCIOLÓGICAS Y ANTROPOLÓGICAS

Y la bibliografía de la materia
PROBLEMÁTICAS SOCIOLÓGICAS Y ANTROPOLÓGICAS:
ANTROPOLOGÍA: AUTORES VARIOS

Carlos Marx

FOUCAULT

CASTORIADIS

Bordieu

Lourau

Epistemología: autores varios

BLOG DE LA PROF. LEIRO


Para acceder a materiales del taller de Integración II

http://www.i2pcap.blogspot.com/

Para acceder a materiales de ciencias empresariales

http://www.cepcap.blogspot.com/

PROFESOR CARLOS ALBERTO PRADA

CORREO ELECTRÓNICO:
cprada@fibertel.com.ar

PARA EL MESSENGER:
carlos_alberto_prada@hotmail.com

PÁGINA WEB:

www.profesorcarlosprada.blogspot.com

TELÉFONO FIJO: 4566-8920

TELÉFONO MÓVIL:

15-4024-7071

DOMICILIO:

JOAQUÍN V. GONZÁLEZ 2474 PB2
CIUDAD DE BS. AS.

Thursday, July 13, 2006

CONCEPTO DE INSTITUCIÓN

06- EL ANÁLISIS INSTITUCIONAL - RENÉ LOURAU



V. Crisis del concepto de institución.

El institucionalismo durkheimiano, atacado desde la izquierda por el marxismo y desde la derecha por la fenomenología, influye sin embargo en las grandes construcciones sociológicas del siglo XX. Sigue siendo el marco de referencia de los sistemas que intentan renovarlo o superarlo. Reseñando los usos del concepto de institución, Znaniecki15 ofrece una idea de la polisemia en que se ahoga el concepto. En la historia de sus variaciones se mezclan todas las ideologías, todos los sistemas de referencia filosóficos y políticos. Sucesivamente pasan a primer plano la sociedad, la cultura el individuo, el instinto, el inconsciente, el grupo, la estructura, la organización, el poder, etcétera.

Znaniecki parte de la concepción de Spencer, quien yuxtapone el nivel morfológico y el nivel tópico del concepto: grupos sociales y normas universales. Muestra luego cómo completan Durkheim y su escuela la teoría spenceriana en el terreno de la morfología y de la ecología. Expone con cierta rapidez la crítica efectuada por Hauriou. Las concepciones individualistas, biopsicológicas, de la institución se oponen también al objetivismo de Spencer y de Durkheim. La influencia del conductismo es sensible en Allport,16 después de quien asombrará menos ver que las instituciones son asimiladas a pautas de conducta, a modelos culturales de comportamiento. Esta concepción, adoptada parcialmente por Parsons y sus discípulos norteamericanos y franceses, indica que los sociólogos actuales se contentan a menudo con una "psicología" muy discutible: discordancia epistemológica debida a la fragmentación de la ciencia en múltiples síntesis reducidas, que se confunden o se superponen entre sí.

La institución como categoría filosófica da lugar a vastas construcciones a priori. Según Znaniecki, el concepto de institución ofrece al filósofo la posibilidad de operar una síntesis de las ciencias sociales, tarea que se hace más difícil "porque el concepto de sociedad ya no puede servir como centro a cuyo alrededor se pueda efectuar la integración conceptual de las instituciones". Dicho de otra manera, la "sociedad", en su carácter de organismo o "cuerpo" que servía como sistema de referencia al objetivismo y al organicismo, ya no es considerada objeto de ciencia. Se parece un poco al "éter" de los alquimistas y de los primeros físicos; una noción ideológica destinada a disimular un vacío teórico. ¿Es más adecuado el concepto de institución?

En apariencia, las concepciones empíricas permiten sustituir el concepto nominalista y ciego de sociedad por el concepto realista de institución. Este es un momento fundamental de la historia del concepto de institución, una inflexión de su sistema de referencia llamada a tener vastas repercusiones. En efecto, el nuevo sistema de referencia del concepto de institución tiende a ser el grupo. Znaniecki destaca que, a partir de los trabajos de Park y Burgess (1924), la sociología de las instituciones se refiere a los grupos y ya no solamente a la sociedad o al individuo. La mutación aquí señalada acompaña entonces al desarrollo de la psicología colectiva o social, entendiendo por ello tanto la microsociología (sociología de los pequeños grupos) como la psicología de las masas. Freud y Moreno, para no citar más que a dos teóricos, fundan en esa época, el primero, un "socioanálisis" o psicoanálisis aplicado al campo social; y el segundo, una terapéutica y una teoría social del pequeño grupo. Es asimismo la época en que, en la industria sacudida por el final de la guerra y el retorno a la economía de paz, psicólogos y sociólogos reciben una fuerte demanda social que los insta a encontrar una terapéutica nueva, destinada a curar las nuevas disfunciones del sistema industrial. La psicología social explota una tierra desconocida o, al menos, poco estudiada por los institucionalistas: lo informal, la vida subterránea de los grupos tras la fachada de las instituciones, las normas no institucionales que completan y combaten las normas institucionales en la institución más fértil del capitalismo: la empresa industrial.

¿Quiere decir esto que el concepto de institución superará la crisis que lo afecta gracias a un enfoque empírico, clínico o etnográfico de los grupos? ¿Se pasará simultáneamente del institucionalismo doctrinario y a priori a un análisis institucional? ¿La inducción cederá su lugar al análisis de situaciones concretas? Para ello sería necesario que el concepto de grupo no ofreciera las mismas "facilidades" que su competidor, el concepto de institución. En 1947, Znaniecki piensa que "el concepto de grupo social no ha llegado a ser todavía el punto de mira principal de los estudios sobre las instituciones".

Como se verá, los conceptos de función y de estructura tomarán una importancia creciente. Alrededor de 1925, sin embargo, el concepto de grupo se instala definitivamente en el sistema de referencia sociológico. Con respecto al libro de Brown, Social Groups, aparecido en 1926, decía otro sociólogo, E. Eubank: "Este librito es una prueba tangible de que el grupo pasa a ser el concepto central de las formas de sociabilidad, e incluso de la sociología en su conjunto: la sociología se ha convertido en la ciencia del grupo. Pero ¿qué es ese grupo que tomamos como piedra angular de la sociología?"17
De Park y Burgess, y Brown, a Merton, se han esbozado muchas respuestas. Znaniecki informa sobre algunas. Recuerda la distinción operada por Summer18 entre in-group y out-group, así como la pregunta siguiente, planteada por Cooley y Summer: "¿Cómo puede un solo y único individuo formar parte de grupos diferentes, cada uno de los cuales tiene su orden propio?". Esta es una pregunta esencial, que encamina hacia las investigaciones emprendidas por Merton y que convergen parcialmente con el presente trabajo sobre el concepto de institución.

La teoría del grupo de referencia,19 positiva o negativa, recurre alternativamente a los trabajos anteriores referidos a los grupos (por ejemplo, el in-group pasa a ser un caso del grupo de pertenencia, mientras que el out-group pasa a serlo del grupo de no-pertenencia), y a la gran encuesta sobre The American Soldier, que fue encargada por el ejército de Estados Unidos.20

La mencionada encuesta aplica tres tipos de variables, que Merton designa de este modo:

a. Variables dependientes: movilización y oportunidades de promoción.

b. Variables independientes: antecedentes civiles, universitarios, profesionales, etc.; condición social, orígenes, etcétera.

c. Una variable intermedia de interpretación, que no es sino la noción de "frustración relativa". Por ejemplo, el "hombre casado" (variable independiente) cuestiona más a menudo la legitimidad de su movilización (variable dependiente) porque evalúa la situación comparándola (variable de interpretación) con las de los casados que no fueron movilizados y con la de los solteros que lo fueron".

Merton subraya que la función de la variable de interpretación consiste en proporcionar una interpretación provisional en lo que concierne a las actitudes de los soldados. La teoría exige afinar la noción de pertenencia y la de referencia. El término "grupo" es incorrecto -señala Merton- "porque se aplica no sólo a grupos, sino también a individuos y a categorías". De hecho, se aplica a grupos permanentes, morfológicamente observables, y también a criterios de pertenencia social, carentes de respaldo morfológico. Por eso, pertenecer a un club deportivo y al Ministerio de Educación no significa pertenecer a dos grupos cualesquiera: en el primer caso hay efectivamente un agrupamiento estable, permanente o periódico, de individuos que practican uno o varios tipos de actividades deportivas, mientras que en el segundo caso, la pertenencia socioprofesional es sumamente vaga (tanto el portero de un liceo como un profesor universitario trabajan para el Ministerio de Educación), o bien no se refiere a un grupo coherente (millares o centenas de millares de individuos pertenecen al "grupo" de los docentes sin conocerse).

En cuanto al grupo de referencia, designa entidades aún más vagas que el grupo de pertenencia. Ser prochino y ser jugador de rugby significa situarse con respecto a dos grupos de referencia que no tienen gran cosa en común. Supongamos, en un primer caso, que el individuo se contente con adherir desde lejos a China o al rugby, sin militar activamente en una organización prochina o sin jugar ni haber jugado nunca al rugby. A la inversa, supongamos, en un segundo caso, que un individuo milite activamente en una organización prochina francesa, y que otro individuo (o el mismo) practique activamente el rugby: en ambos casos -sin hablar de todos los casos intermedios- ¿se cruzan en algún lugar las referencias y las pertenencias? Dicho de otra manera: ¿qué relaciones habría entre una hipotética reunión periódica (o una organización permanente) de los aficionados al rugby prochinos y el grupo de referencia de los aficionados al rugby, o bien el grupo de referencia de los prochinos? El concepto de transversabilidad que se encontrará más adelante explica los cruzamientos y no cruzamientos entre las múltiples pertenencias y referencias. Tanto Merton como los encuestadores de The American Soldier se plantean, en cambio, la siguiente pregunta: "Si un individuo tiene grupos de referencia cuyas normas son contradictorias, ¿cómo triunfa sobre esas contradicciones?". Estamos tentados de ofrecer a Merton la siguiente respuesta: el individuo triunfa sobre ese pluralismo a través de las desviaciones, el gangsterismo, el alcohol, los estupefacientes, la neurosis. Esta es, al menos, la respuesta que la sociedad norteamericana -y poco a poco las sociedades que adoptan su sistema social- dan a la pregunta del sociólogo. Nada tiene de asombroso que la psicología social aborde las contradicciones del sistema social en este nivel, que corresponde a la interiorización de normas por el individuo; pero esta perspectiva sólo nos interesa aquí muy indirectamente. De Merton se puede retener la dilucidación del pluralismo que rige la sociedad, pluralismo muy apto para aterrar a los responsables de la "salud social", pero que puede y debe ser considerado como uno de los datos fundamentales de todo análisis. Cuando los antropólogos comprobaban, en las sociedades primitivas, una coherencia inimaginable en nuestras propias sociedades, utilizaban el término de segmentaridad21 para designar la división sumamente escueta de tales sociedades. Preferiremos dicho término al de pluralismo, porque sugiere no tanto la idea de una suma de innumerables pertenencias, referencias, criterios, normas, opiniones, proyecciones e interiorizaciones (suma inacabable que conduce a la psicología social a multiplicar las encuestas microscópicas, y a la sociología a extraer de la psicología social muchas nociones seudopsicológicas y seudopsicoanalíticas), como la idea de una lucha
entre fragmentos de la "sociedad". La noción de pluralismo supone que se toma como marco de referencia una sociedad como totalidad bien delimitada: ahora bien, ese tipo de totalidad no existe, salvo (quizá) bajo la forma del Estado. Suponer una "sociedad global" equivale de hecho a invocar la existencia de Estados nacionales, es decir, de conjuntos sociales cuya estructura y fronteras son proporcionadas por la fuerza armada. Se trata de una confusión muy grave para la sociología, lo cual, por supuesto, de ningún modo significa que el sociólogo no deba tomar el Estado como objeto.

La noción de segmentaridad, por el contrario, presenta la ventaja de no confundir objeto real (el Estado) y objeto de conocimiento (el sistema social). Se apoya en el postulado según el cual la "sociedad" es un agregado más o menos estable de "sociedades" -categorías y clases sociales- que viven a la vez en complementaridad y en lucha permanente. Otra característica de estas "sociedades" dentro de la sociedad que son los grupos segmentarios, es que existen -a veces conscientemente (por ejemplo, los grupos supranacionales, los trusts, las internacionales obreras, las iglesias)- por encima de las fronteras nacionales y estatales. La índole transnacional y transestatal de algunos grandes grupos segmentarios entra en lucha con las fuerzas centrípetas de todos los Estados; estos grupos segmentarios, lejos de formar una nación supranacional, se hallan igualmente en competencia o en lucha: el internacionalismo, el ecumenismo, son dos ejemplos modernos del conflicto y de las contradicciones que menciona Merton, y que no designaremos como el conflicto entre la pluralidad y la unidad, sino entre la segmentaridad y la transversalidad.

Hemos visto recién cómo el concepto de institución se renueva, corriendo el riesgo de desaparecer en esta renovación, a partir del momento en que se impone el concepto de grupo. Veamos ahora qué relaciones mantiene con otros conceptos; en primer lugar con los de función y de estructura, muy antiguos en sociología; luego, con los de símbolo y de inconsciente, mucho menos integrados, aunque utilizados desde hace tiempo.

La antropología en sentido amplio, es decir, la etnología y la antropología cultural, es el dominio donde se desarrollan estos conceptos. Examinemos en primer lugar el caso de la etnología en el sentido estricto del término.

Se conoce a Malinowski como uno de los principales teóricos del funcionalismo, y por su crítica de Tótem y tabú: contra Freud, extrae de la observación de los primitivos, y en particular del estudio de su vida sexual, la idea de que la prohibición del incesto, tal como la describe el fundador del psicoanálisis, no es una regla universal. Según este autor, se operan diferenciaciones a partir de la estructura de la institución familiar. La rivalidad del hijo respecto de su padre es válida para la familia patrilineal de tipo occidental, y no para otros tipos de familia, especialmente para la familia matrilineal, donde la función de padre es llenada simbólicamente por el tío materno, permisivo y no represivo. De un modo general, Malinowski ve en el sistema de parentesco simbólico, no una forma universal, sino formas singulares ligadas a cada civilización y, por lo tanto, eminentemente relativas. La institución de la familia es una respuesta a una necesidad social; patrilineal o matrilineal, muy rigurosa como en la familia burguesa occidental del siglo XIX, o nutrida de elementos imaginarios como en los "parentescos simulados", cumple una función en la estructura de un sistema social determinado.

Este problema, retomado y desarrollado con frecuencia desde Malinowski y Freud, sólo nos interesa aquí en la medida en que pone de relieve la idea -orquestada ya por los filósofos de la Ilustración- de una relatividad de las instituciones (que la ideología corriente supone universales y estables) en el tiempo y en el espacio. En este sentido, el Discurso sobre el origen de la desigualdad, de Rousseau, y el Suplemento al viaje de Bougainville, de Diderot, son dos de los primeros actos de la ciencia etnológica. Al mismo tiempo, son dos de los ataques más violentos que haya sufrido en esa época la ideología dominante en cuanto a la creencia en la universalidad de ciertas instituciones occidentales y cristianas.

Pero Malinowski señaló también la opción teórica que consiste en comprender el concepto de institución en el sistema de referencia de la cultura (mientras que la escuela francesa de sociología, excepto tal vez Mauss, refiere el concepto de institución al sistema social). En los escritos teóricos redactados al final de su vida,22 describe las funciones y la estructura de la institución en general apelando a la distinción entre necesidades primarias, "es decir, biológicas", y necesidades derivadas, "es decir, culturales". La función o finalidad de la institución significa entonces "satisfacción de una necesidad" primaria o derivada.

Las necesidades primarias exigen instituciones donde el aparato material, la infraestructura tecnológica, están muy desarrollados: es el caso de las instituciones basadas en el "principio territorial", o sea las que ocupan necesariamente un espacio bien delimitado y lo valorizan: Estado, tribu, familia rural, pero también instituciones culturales o espirituales toda vez que fundamentan su poder y su hegemonía en sus dominios territoriales o inmobiliarios, por ejemplo, la Iglesia. La mayoría de las instituciones cuya función es producir, regular y dominar, poseen un sustrato material importante y se apropian de grandes partes del espacio o de los medios de producción (máquinas); por eso en las actuales crisis
institucionales se observa el desarrollo de una forma de lucha que es la ocupación de los emplazamientos institucionales (oficinas, sedes de asociaciones, centros decisorios, lugares de trabajo). Lo que pone de relieve el análisis de estas crisis es un elemento privilegiado por el análisis cultural de Malinowski: el sustrato material de toda institución y el carácter simbólico asignado a ese material por el hecho de ser material institucional.23

Malinowski destaca otro elemento en lo que denomina la "estructura de la institución": la carta. A la inversa del sustrato material, la carta designa el contenido ideológico de la institución. "La carta es la idea que los miembros tienen de su institución, y la definición que la comunidad da de esta". Por ejemplo, la carta territorial (de una tribu) "se expresa mediante la mitología del antepasado común y mediante la acentuación unilateral de los lazos del parentesco extenso".

Un tercer elemento; mejor dicho, una pareja de elementos, completa la estructura de la institución según Malinowski: un sistema de normas y un sistema de roles. Sistema de normas: por ejemplo, las leyes, reglamentos, principios morales. Sistema de roles: por ejemplo, las casas de solteros en las sociedades primitivas, los modelos jerárquicos, etcétera.

Finalmente, el análisis funcional de la cultura y el análisis estructural de las instituciones, que lo integra, indican que la articulación del concepto de institución con los conceptos de función y de estructura depende estrechamente del contenido que se asigne a los conceptos de cultura y de necesidades. Tanto la antropología cultural como la psicología social postulan que la sociedad estudiada "funciona" -lo cual suele ser cierto-, pero también que ese funcionamiento no es problemático -lo cual a menudo es falso. Al mismo tiempo, el concepto de institución sirve para designar regulaciones naturales (aunque culturales), cristalizaciones de lo inmutable, del orden deseado por todos. Esto equivale a privilegiar el consenso, que en general no existe sino en el nivel de la "carta", y a subestimar las relaciones entre la carta y el sustrato material, es decir, la negatividad que actúa en las instituciones. Por negatividad entendemos aquí las oposiciones objetivas y subjetivas que no pueden dejar de surgir entre las finalidades de la institución (su "función social") y el peso de su realidad material. Pensamos asimismo en las contradicciones que existen entre diversas instituciones, aparentemente en el plano de la carta o del sistema de normas, de hecho en el de la apropiación del espacio, de los medios de producción y de los bienes sociales. Por último, la visión culturalista, ensamblando en una unidad imaginaria las ideas de naturaleza y de cultura, se priva de percibir las relaciones existentes entre ambas nociones. La función de la instancia simbólica de la institución, que Malinowski reconoce sin embargo, es escotomizada en beneficio de un causalismo que no deja de evocar aquello de "la virtud dormitiva del opio", de la antigua física. Por consiguiente, la crítica del funcionalismo pasa por la dilucidación de la dimensión simbólica de las instituciones.

Mauss y Lévi-Strauss ilustran esta crítica del funcionalismo. El primero puso al segundo en la senda de una antropología social o "estudio de las instituciones consideradas como sistemas de representaciones", mientras que la antropología cultural se dedica en cambio al "estudio de técnicas, y eventualmente también de las instituciones consideradas como técnicas al servicio de la vida social". En esa distinción establecida por Lévi-Strauss,24 se oponen con nitidez dos concepciones de la institución. El tecnicismo y el pragmatismo de Malinowski se contraponen al simbolismo de los "sistemas de representaciones".

Con respecto a las formas de intercambio tales como el potlach, y también a los sistemas institucionales estudiados en el plano morfológico y ecológico (por ejemplo, los dos tipos de vida social en los esquimales, según las "variaciones estacionales"), Mauss ha señalado sin cesar hasta qué punto los datos institucionales son otros tantos signos o símbolos "utilizados como tales por los mecanismos más profundos de la conciencia". Refiriéndose a las relaciones entre la psicología y la sociología, indica "que sólo es posible comunicarse y comunicar entre seres humanos mediante signos y símbolos comunes, permanentes, exteriores a los estados mentales individuales que son simplemente sucesivos; mediantes signos de grupos de estados interpretados luego como realidades".25

La dimensión inconsciente de la institución es reconocida aquí con torpeza, pero con fuerza. Lévi-Strauss se mostrará permeable a muchas otras ideas esbozadas por Mauss (las técnicas del cuerpo; la búsqueda de las "lunas muertas" en el firmamento de la razón, que son las categorías que los hombres han utilizado o utilizan, y cuyo catálogo hay que establecer). La noción de estructura se halla virtualmente presente en la visión de Mauss sobre la clasificación de las categorías por cada sociedad. Mencionando un trabajo efectuado por Durkheim, formula el importantísimo postulado siguiente: "El estudio de la clasificación de las nociones en algunas sociedades indicó que el género tiene como modelo a la familia humana. Tal como se sitúan los hombres en sus sociedades, así ordenan y clasifican las cosas en especies y géneros más o menos generales. Las clases en que se distribuyen las imágenes y los conceptos son las mismas que las clases sociales. Este es un ejemplo tópico de la manera en que la vida en sociedad ha contribuido a formar el pensamiento racional, proporcionándole marcos ya estructurados, que son sus clanes, fratrías, tribus, facciones, templos, regiones, etc."26 Es el postulado de la homología universal entre la estructura del espíritu humano y la estructura social. En el límite, se podría hablar del principio de la analogía universal. En el primer capítulo se vió cómo
la "sociología" de la emigración francesa, Bonald en particular, procuraba establecer una analogía entre la estructura de la lengua (¡francesa!) y la estructura familiar, corporativa, estatal, etc. Es sabido que Fourier, desde una perspectiva sin embargo opuesta a la de los tradicionalistas, construyó un sistema de analogías entre las potencialidades del espíritu humano y la naturaleza, lo cual lo llevó a trastornar todas las ideas sostenidas en esa época, y todavía hoy, sobre la división del trabajo y la vida en sociedad. Mauss no va tan lejos como Lévi-Strauss, quien tiene en cuenta el desarrollo no sólo del pensamiento racional, sino también del "pensamiento salvaje".

Mauss postula que la estructura social ha proporcionado "marcos ya hechos" a la formación de la estructura de pensamiento: visión bastante "materialista" y determinista, mucho menos psicológica que la de Lévi-Strauss. La cuestión que se plantea entonces consiste en saber cómo se produce la formación de las estructuras sociales: aunque se interesa en las "variaciones" institucionales, Mauss excluye la historia, único factor que podría indicarnos cómo, pese a la universalidad de la homología entre estructuras mentales y estructuras sociales, las sociedades han "elegido" ordenamientos y clasificaciones tan distintos en el tiempo y en el espacio. Los marcos sociales no se dan "ya hechos" de una vez para siempre: son producidos por la práctica social de los hombres, y las homologías entre representaciones mentales y representaciones colectivas, entre la "carta" y el "sustrato material" -para emplear los términos de Malinowski- se pueden comprender refiriéndose a otra instancia, el inconsciente. Las homologías, pero también las diferencias y las contradicciones.

Lévi-Strauss ataca por todos los flancos la confusión "realista" mantenida por el funcionalismo entre naturaleza y cultura. Trascendiendo las instituciones que eran el objeto privilegiado de la sociología y de la etnología, trata de perfilar las estructuras inconscientes de todo sistema social. Donde el realismo etnológico veía una institución -por ejemplo, en el totemismo-, Lévi-Strauss indica que la cuestión reside en un nivel analítico. El tótem sirve para la estructuración de las relaciones sociales; nada tiene que ver con una religión de los animales o las plantas. El clan que toma al zorro como emblema no se identifica con el zorro, pero utiliza este emblema para distinguirse del clan del águila o del clan del jabalí.

El análisis estructural se opone al análisis funcional en que no se basa en una teoría de las necesidades que las instituciones estarían "funcionalmente" encargadas de satisfacer, sino en una "teoría del sistema", que no es sino la estructura con sus componentes elementales y secundarios (cf. la definición que da Boudon del concepto de estructura: "la teoría de un sistema"). Véase el sistema de parentesco. Su estructura "se apoya en cuatro términos (hermano, hermana, padre, hijo)" y en "tres tipos de relaciones familiares que siempre se dan en la sociedad humana, es decir: una relación de consanguinidad, una relación de alianza, una relación de filiación; o sea, una relación entre el hermano y la hermana carnales, una relación entre ambos esposos, una relación entre padre e hijo".27

La lingüística estructural (Lévi-Strauss se inspira sobre todo en Saussure,Troubetzkoy, Jakobson) se aplica directamente al análisis de los sistemas sociales (al menos de los sistemas "fríos", inmóviles o que están por inmovilizarse en la muerte lenta; los intentos de análisis estructural de una sociedad "caliente", o de un momento "caliente" de la historia, no produjeron hasta ahora grandes resultados). Declara Lévi-Strauss: "En el estudio de los problemas de parentesco (y también sin duda en el estudio de otros problemas), el sociólogo se encuentra en una situación formalmente semejante a la del lingüista fonólogo: como los fonemas, los términos de parentesco son elementos de significación; como aquellos, sólo adquieren esta significación a condición de integrarse en sistemas; los "sistemas de parentesco", al igual que los sistemas fonológicos, son elaborados por el espíritu en la etapa del pensamiento inconsciente".

Los sistemas estudiados por Lévi-Strauss son sistemas de representaciones; los vínculos de consanguinidad, etc., no existen objetivamente, sino sólo en lo imaginario de los hombres (la etapa del inconsciente). No hay que "perder jamás de vista que, tanto en el caso del estudio sociológico como en el del estudio lingüístico, estamos en pleno simbolismo".28 De hecho, los elementos de realidad o de ideología que el funcionalismo estudia, y a los que confiere una función, no nos hablan solamente de su función pasada o presente; nos hablan de otra cosa y sirven para designarla: el sistema. Los diversos sistemas que se acoplan unos con otros, y el sistema social en su conjunto (si se lo pudiera aislar), funcionan como sistema de referencia, al que se remiten todas las actividades técnicas, procedimientos, costumbres y reglas sociales. La prohibición del incesto no es solamente una regla de derecho (del dominio de la cultura); su universalidad la vincula también a la naturaleza. No significa solamente la prohibición de copular con determinados miembros del grupo de parentesco. Su función no se reduce a una regulación represiva de los instintos sexuales. Significa también que tal clan o tal comunidad debe aceptar la entrega de sus mujeres a los hombres de otro clan, de otra comunidad. Permite la exogamia -por consiguiente, la constitución de una sociedad estructurada mediante el intercambio- en la misma medida en que prohíbe la endogamia, es decir, el confinamiento en la familia patriarcal y en la economía autárquica.

Aunque Lévi-Strauss no analiza las instituciones por sí mismas, el análisis de las estructuras elementales del intercambio (de bienes, de mujeres, de palabras) pone de relieve una característica esencial de toda institución, a saber, su ambigüedad: permisiva-represiva, la institución tal como la ve Lévi-Strauss se presenta, sin duda, como un modelo ideal, pocas veces alcanzado en la historia. Después de todo, los primitivos transgreden la prohibición del incesto, y aun en las "sociedades sin historia" hay "historias" entre la gente, cuando las instituciones entran en conflicto debido a su heterogeneidad o a que su "estructura" no ha sido interiorizada en el mismo "piso" del inconsciente por los diversos miembros de la comunidad. Además, no todas las instituciones primitivas son únicamente "reservarios de semejanzas" (según la bella fórmula de Hauriou); son también reservas de dinámica social, y por lo tanto lugares de cambio y de transgresión más o menos institucionalizados. Pensemos, por ejemplo, en el potlach, esa institución agonística descripta por Mauss. Como "hecho social total" engloba, junto con los elementos de continuidad y de tradición, elementos dinámicos, ligados a la lucha por el poder, a la competencia económica, al conflicto entre escasez y abundancia. El potlach es una ceremonia, pero una ceremonia que consistiría, en nuestra civilización, en una misa católica oficiada en un taller o en una gran tienda y empleando procedimientos que evocarían a veces una asamblea general de militantes políticos, y otras un remate o una sesión de "jerk"...

De igual modo, un curso de facultad o de liceo está identificado en general con una ceremonia grave, basada en la ruptura instituida entre el mundo del saber y el "mundo" en general. Sin embargo, se hace cada vez más evidente que existen relaciones agonísticas entre los participantes de esta "ceremonia" por un lado, y por el otro, entre los participantes y el conocimiento. Si bien la ruptura instituida entre saber y vida mundana ha tenido tiempo de interiorizarse después de ochocientos años de pedagogía clerical, hay un "piso" del inconsciente donde esa interiorización es combatida por otra: las de las relaciones dramáticas entre el individuo y el conocimiento, entre el deseo de saber y el saber del deseo.

Tanto en el caso de la misa como en el caso del curso magistral, está presente la doble naturaleza de la institución, permisiva-represiva; pero es seguro que la evolución de ambas instituciones, en función de los profundos cambios ocurridos en otras y en la totalidad del sistema social, hace aparecer la función represiva, en un momento dado, como primordial con respecto a la función permisiva. Otro tanto podría decirse de la institución que prohíbe el incesto: su función represiva es legible como sobre un palimpsesto en los esfuerzos que hacen todas las civilizaciones por sublimar el instinto en la moral, y sobre todo en la estética.

A la inversa, Lévi-Strauss plantea el problema apasionante de la institución ausente. En un pasaje referido a la pintura corporal (facial) de las mujeres caduveo,29 indica cómo resuelven los mbaya la contradicción entre el modelo jerárquico y el modelo social basado en la reciprocidad. No buscan la solución en las "instituciones artificiosas", susceptibles de sublimar la contradicción existente simbolizándola en alguna práctica ritual. La buscan en el plano de lo fantástico; para el caso, en el plano del arte gráfico aplicado al rostro. Lévi-Strauss interpreta entonces el arte gráfico de las mujeres caduveo "como la fantasía de una sociedad que busca, con una pasión insaciable, el medio de expresar simbólicamente las instituciones que podría tener, si sus intereses y sus supersticiones no se lo impidieran". Y concluye, con cierta complacencia en la que algunos han percibido los rastros de un esteticismo estructuralista: "Adorable civilización, cuyos sueños las reinas enmarcan con sus afeites: jeroglíficos que describen una edad de oro inaccesible, que a falta de código ellas celebran en sus adornos, y de la cual revelan los misterios junto con su propia desnudez".

Este pasaje indica con precisión lo que cabe entender por instancia simbólica de las instituciones. La pintura facial de las mujeres caduveo -esa "técnica del cuerpo", según la expresión de Mauss- no consiste solamente en una técnica que cumpla una función de ornamento dentro de una cultura determinada. Sin duda, en un nivel superficial (descriptivo, morfológico), es una institución particular, ausente de muchas otras culturas donde "es incorrecto" que las mujeres se pinten el rostro. Pero sobre todo, es la representación estilizada de un orden de cosas ausentes: está encargada de simbolizar una forma social que el sistema institucional rechaza experimentando al mismo tiempo su carencia. Si bien todas las instituciones existentes entre los mbaya presentan un aspecto "funcional" y parecen corresponder a necesidades reales, no por eso es menos cierto que una "necesidad" está insatisfecha en el plano de las instituciones objetivas, y que tal ausencia es indicada objetivamente por la mediación de una operación simbólica.

En la teoría de Lévi-Strauss quedan, sin embargo, dos puntos que impiden una aproximación completa al concepto de institución. En primer término -crítica que ya se ha hecho-,30 el estructuralismo tiende a privilegiar la noción de código y a subestimar la noción de contexto o de sistema de referencia. El acoplamiento de los "sistemas" y de los "sistemas de sistemas" evoca individuos (y sociólogos) que descifran hasta el infinito una naturaleza y una cultura que en definitiva nada pueden decirnos, salvo que ellas mismas son códigos o criptogramas. En Lévi-Strauss, la función metalingüística del lenguaje tiende a hacer desaparecer la función referencial. El bororo, al igual que el etnólogo estructuralista, clasifica, codifica, transcodifica, descifra y construye sistemas basados en la nada, en una ausencia de mensaje. Centrada en el código, la función metalingüística, sin embargo, nunca está aislada; flanqueando la función
referencial, se articula además con otras funciones del lenguaje. Aislándola, autonomizándola, la filosofía del sistema se hunde en el significante y pierde de vista la existencia del significado. La acción de los hombres, aunque "en determinado piso" se apoya en la existencia oculta de códigos y de estructuras inconscientes, no por ello deja de ser determinada también por referenciales, por objetos reales y problemas que la historia se encarga de situar "en el piso" de la conciencia.

El segundo punto que suscita problemas en el enfoque estructuralista es la relación entre el nivel de análisis sincrónico y el nivel de análisis diacrónico. Según la expresión utilizada por Lévi-Strauss, quien abordó esta cuestión en El pensamiento salvaje, es la "lucha constante entre la historia y el sistema". Tal vez las sociedades primitivas, objetos de estudio del etnólogo, sean privilegiadas para el estructuralista porque son "sin historia" o "sin escritura"; pero el mismo Lévi-Strauss comprueba que la historia y la escritura, es decir, la historicidad y las formas de gestión burocráticas propias de Occidente, confluyen a veces, dramáticamente, con las sociedades que el etnólogo observaba en la inmovilidad sincrónica. El ejemplo que él proporciona de tal confluencia entre una "institución" occidental tipo (el campo de refugiados o de concentración) y los novecientos sobrevivientes de una treintena de tribus australianas en un campo gubernamental, en 1934, casi no requiere comentario. Estos novecientos sobrevivientes se hallaban "reagrupados al azar, en un campo que abarcaba unas cuarenta habitaciones, con dormitorios vigilados y separados para los muchachos y las jóvenes, una escuela, un hospital, una prisión y negocios, y donde los misioneros (a diferencia de los indígenas) podían estar a sus anchas: en un lapso de cuatro meses, desfilaron por allí conformistas, presbiterianos, el Ejército de Salvación, anglicanos y católicos romanos".31 En esta forma-límite de la ciudad controlable totalitariamente que es el campo de concentración, ¿no se ve acaso funcionar ese modelo institucional de Occidente como contrainstitución absoluta? Pero sobre todo se llega a comprender, a través de este ejemplo trágico, que el conflicto entre la historia y el sistema no es -como pretenden los estructuralistas- una oposición entre la ciencia verdadera (el estructuralismo) y una doxología (la historia como "falsa" ciencia). Recordar la importancia de la historia no significa dedicarse a indagar la génesis temporal de las instituciones (aunque Durkheim haya recomendado esta tarea), sin analizar los acontecimientos históricos como producto de la confluencia -siempre agonística y a veces trágica- entre instituciones nuevas y antiguas, o también entre diversos sistemas institucionales. Por ejemplo: la aparición, el desarrollo y el triunfo de esa forma económico-social que es la manufactura, seguida por la fábrica, la empresa y el grupo industrial o el trust en Occidente, durante los siglos XIX y XX, ¿pueden ser analizados sociológicamente sin recurrir a la historia institucional, económica y tecnológica de los tiempos modernos? En cierto modo, ¿la empresa industrial no ha producido en el mundo rural del siglo XIX, un efecto comparable al que produjo aquella ciudad totalitaria en los sobrevivientes de las tribus australianas?

Las dos direcciones que acabamos de explorar -la antropología cultural y la antropología social-, sumadas a la tendencia de la sociología a adoptar conceptos de la psicología social, dan una idea de las vicisitudes que sufre el concepto de institución a medida que se lo confronta con los conceptos de grupo, de función, de estructura, de símbolo, de inconsciente... La reseña que hemos hecho en esta parte no hace más que prolongar lo que expusimos con relación a la filosofía del derecho y la teoría marxista. Se desprende de este análisis referencial (es decir, que hace variar el concepto estudiado en los diversos contextos o sistemas de referencia en los que se lo emplea) que la polisemia, el equívoco y finalmente el carácter problemático del concepto de institución constituyen innegables obstáculos para su utilización "naturalista".

Gurvitch señaló precisamente esta crisis del concepto, que él llegó a "excomulgar" del vocabulario sociológico.32 Según él, resulta demasiado amplio y demasiado estrecho a la vez. Es demasiado amplio, ya que parece indiscutible que las creencias, ideas, valores, conductas colectivas, aun en cuanto se hallan preestablecidas, no son todas de la misma índole (por ejemplo, las conductas organizadas; los ritos y los procedimientos; las conductas más o menos correspondientes a los modelos, signos, señales; las prácticas, costumbres, rutinas, géneros de vida; las modas y los entusiasmos colectivos). Es demasiado estrecho porque, de todas maneras, lo no preestablecido queda excluido. La vida social, y aun su aspecto particular constituido por las "estructuras sociales", son representados como algo demasiado calmo, bien ordenado, conformista (por ejemplo, las conductas colectivas efervescentes, no conformistas, reformistas, revolucionarias, creadoras, así como las "corrientes libres de la mentalidad colectiva", y hasta las "formas de la sociabilidad", resultan eliminadas de modo más o menos inconsciente).

Esta recusación reclama un comentario. El concepto de institución es criticado tanto en su extensión como en su comprensión. Reconozcamos que la doble crítica de Gurvitch tiene algún fundamento. Como se verá más adelante, el reproche de haber abusado de una noción que terminó por confundirse con otras nociones (estructura, organización) está dirigido particularmente a la sociología norteamericana, puesto que un concepto tiene como función delinear las fronteras precisas de un objeto de conocimiento.

Sin embargo, Gurvitch se equivoca al acusar al concepto mismo, en lugar de cuestionar las teorías o seudoteorías que
son las responsables de su mal uso, así como del mal uso de muchos otros conceptos. Señalar la excesiva amplitud de dicho concepto no es una crítica válida: el problema reside precisamente en hallarle un sistema de referencia riguroso, nítidamente separado de los contextos ideológicos en que se lo seguirá empleando abusivamente por mucho tiempo aún. Este es el objeto del presente estudio.

Decir que el concepto es demasiado estrecho constituye una critica mejor fundamentada. En efecto, se lo ha utilizado cada vez con mayor frecuencia para designar lo que, siguiendo a otros autores, he llamado lo instituido, la cosa establecida, las normas vigentes, el estado de hecho confundido con el estado de derecho. Por el contrario, se ha ocultado cada vez más lo instituyente, que Gurvitch designa mediante una serie de fórmulas aproximadas, tales como "conductas efervescentes", "revolucionarias". Aquí aparece con claridad la connotación política de las teorías sociológicas. A fuerza de vaciar el concepto de institución de una de sus instancias primitivas (instituir en el sentido de fundar, crear, romper con un orden antiguo y crear uno nuevo), la sociología terminó por identificar la institución con el orden establecido. No es casual que, en el momento en que ese orden aparece ante capas sociales instituyentes como únicamente represivo, la palabra institución parezca designar solo a lo instituido. De este error teórico, que los revolucionarios cometen con frecuencia, es responsable la sociología de los últimos cincuenta años.

También aquí, uno de los objetivos de este estudio consiste en restituir al concepto de institución su significado dinámico. ¿No es el mejor medio para restituirle también su especificidad, desvirtuada por las confusiones que Gurvitch denuncia, especificidad que implica una relativa autonomía de la institución respecto del poder político?

Gurvitch no se contenta con denunciar el concepto de institución: critica igualmente las relaciones, a su criterio confusas, que este concepto mantiene con el concepto de estructura. En esta perspectiva, Parsons es el blanco preferido.33

En Parsons, la reducción del concepto de institución a la instancia de lo instituido es muy notable. Asigna un lugar importante a la noción de institucionalización, pero no lo hace para conferir una significación dinámica al concepto, sino para designar los procesos de integración, de interiorización de las normas o modelos sociales por los individuos. La institucionalización no es la actividad social instituyente desplegada por los miembros de la sociedad, por los usuarios de las instituciones: consiste en la acción integradora de la sociedad, de las instituciones y de la ideología dominante, respecto de los individuos. La inspiración de los filósofos del derecho, fundadores de la sociología moderna -Durkheim, Weber y Pareto- se hace sentir en Parsons. Es muy fuerte asimismo la influencia de la psicología social y de su ideología. Donde Hauriou distingue entre incorporación (introyección) y personificación (proyección), Parsons retiene solamente el primero de estos procesos.

En los pocos textos en que intenta articular el campo de la sociología con el del psicoanálisis, Parsons ha dado una idea bastante precisa sobre el lugar que ocupa el concepto de institución en su teoría "estructural-funcional". En su deseo de crear "un sistema conceptual fundamental y único de referencia", que pueda ser aplicado de igual modo al análisis de la personalidad como al de la sociedad, Parsons recurre al concepto de estructura y al concepto de motivación. "Es necesario tratar los problemas de motivación en el contexto de sus relaciones con la estructura". Debe entenderse por estructura "un sistema de previsiones conformes a determinado esquema", o "sistema de roles".

Este "esquema conceptual" permite entonces definir el concepto de institución: "En la medida en que un conjunto de estos roles posee un significado estratégico para el sistema social, puede llamarse institución al complejo de reglas que define su comportamiento esperado". Y da el siguiente ejemplo: "En la medida en que el comportamiento de los cónyuges en sus relaciones mutuas está gobernado por previsiones legítimas sancionadas socialmente -en el sentido de que apartarse de dichas reglas provoca reacciones de desaprobación social o sanciones explícitas- hablamos de la institución del matrimonio. En este sentido -concluye Parsons- las estructuras institucionales son el elemento fundamental dentro de la estructura del sistema social. Ellas constituyen cristalizaciones relativamente estables de las fuerzas del comportamiento, a tal punto que la acción puede regularse de manera de hacerse compatible con las exigencias funcionales de una sociedad".

La última observación de Parsons indica los límites de su "estructural-funcionalismo": de hecho, el análisis en términos de estructuras desemboca en un análisis en términos de función. Las "exigencias funcionales de la sociedad" son el punto ciego de la teoría de la acción: consideradas como un dato, aparecen como las verdaderas instituciones, la cosa instituida, la necesidad natural de la cual derivan "naturalmente" las estructuras institucionales, los sistemas de roles o "roles institucionalizados".

Las "exigencias funcionales de la sociedad" no dejan de evocar las "instituciones primarias" que Kardiner y Linton34 distinguen de las instituciones secundarias. Parsons advierte con claridad que la institución se caracteriza por una
instancia inconsciente, y no únicamente por la existencia -aleatoria- de un sistema "funcional" de necesidades y de roles sociales racionalmente estructurados. Sin embargo, debe comprobar que la utilización de un mismo esquema conceptual para la estructura de la personalidad y para la estructura social no resuelve el antiguo problema de las relaciones entre psicología (psicoanálisis) y sociología. "Si tuviéramos una teoría dinámica perfectamente adecuada de la motivación humana, es probable que esta diferencia de niveles de abstracción desaparecería. Entonces el uso de categorías estructurales, en el plano de la personalidad o del sistema social, sería inútil, dado que [las bastardillas son mías] tales categorías son solamente generalizaciones empíricas introducidas para llenar las lagunas dejadas por la insuficiencia de nuestros conocimientos dinámicos".

Subrayemos la doble confesión contenida en este pasaje, y que algunos críticos de Parsons no han notado. En primer lugar, el fundador de la teoría de la acción reconoce el carácter extremadamente problemático del concepto de motivación, tomado de la psicología social. Como en la antropología cultural (Kardiner, Linton), la idea según la cual las instituciones están "en nosotros", son constitutivas del yo o del superyó, nada tiene de esclarecedor. La idea de que las instituciones sólo existen porque los individuos interiorizan las normas, roles y comportamientos institucionalizados es casi tautológica.

En segundo término, Parsons sitúa en su justo lugar "las categorías estructurales", en las que ve "generalizaciones empíricas" que colman el vacío teórico, tanto en sociología como en otros campos. Ante la insuficiencia de las nociones de motivación y de estructura, el "estructural-funcionalismo" debe contentarse, como hemos visto, con la vieja noción de función, es decir, con la idea de una causalidad que no es más que la comprobación empírica del estado de hecho. Como señala Mills en su crítica del sistema parsonsiano, la "suprema teoría" confluye finalmente en el "empirismo abstracto". Se advierte que el intento de construcción teórica de Parsons, lejos de resolver las preguntas planteadas en general por la sociología, ni siquiera responde sus propias preguntas. Se comprueba entonces que "el rey está desnudo".35

Por lo mismo, la acusación de Gurvitch, aunque sumaria, no es del todo injustificada. "Las concepciones de Parsons, puesto que demuestran una vez más -sin proponérselo, por supuesto- la perfecta inutilidad y el carácter confuso del concepto de institución, no hacen sino aumentar la confusión en sociología general, porque no logran diferenciar las instituciones ni de las estructuras sociales, llamadas a reemplazarlas, ni de los "sistemas sociales", destinados (según nuestro autor) a sustituir los "fenómenos sociales totales", término que él evita cuidadosamente".

Gurvitch rechaza entonces el concepto de institución a través de su utilización por la sociología norteamericana. Aunque desde hace algunos años empieza a ser utilizado con mayor precisión,36 no puede decirse que, en el ánimo de numerosos sociólogos, la excomunión gurvitcheana haya sido enteramente levantada.

Polisémica, equívoca, problemática: así aparece la institución al finalizar esta revisión de las variaciones del concepto en los diferentes sistemas de referencia donde se lo encuentra utilizado.

A. La polisemia. Desde la filosofía del derecho hasta los más recientes desarrollos de la sociología, la polisemia del concepto de institución es evidente. Resumamos. La filosofía del derecho, a partir de Hegel, acentúa sobre todo el momento de la universalidad del concepto. Recuenta las normas universales, las formas de regulación establecidas, ya-ahí en los códigos o en la costumbre no escrita. Cuando la institución posee un aparato jurídico, la filosofía del derecho se esfuerza -siguiendo siempre a Hegel, pero asimismo en la corriente de la escuela tradicionalista- en sacar a luz la universalidad de las formas singulares de jurisprudencia y de legislación. Con ello contribuye en gran medida a mistificar el problema de la institución. En efecto: nada más relativo y contingente que esas formas singulares de regulación que son las leyes y las constituciones; pero como la función ideológica del derecho consiste en volver evidente, intocable y sagrado lo que no es sino contingencia política, el filósofo del derecho acepta convertirse en filósofo del Estado, legitimando en el plano ideológico algo que solamente la fuerza justifica. Por último, el momento de la particularidad del concepto de institución es escotomizado con frecuencia, lo cual es una consecuencia lógica de lo antedicho: la participación de los "particulares" en las instituciones aparece como un complemento secundario o un lujo peligroso.

Las diversas tendencias sociológicas que ponen la institución en el centro de su pensamiento presentan más o menos las mismas características que la filosofía del derecho. Sin embargo, sociólogos y etnólogos suelen atenerse al momento de la particularidad, valorizado a veces a tal punto que la institución termina por no ser más que una modalidad psicológica: la interiorización de normas. También aquí, y aunque el procedimiento sea inverso al operado por el derecho, el momento de la singularidad es descuidado o confundido con el momento de la universalidad. La función ideológica de tal subestimación salta a la vista: se trata, de acuerdo con la ideología psicologista, de apelar a una "naturaleza humana" (vista a través de la psicología social o del psicoanálisis) para negar o descartar la existencia de lo político.
Con la historia en general, y más en especial con el marxismo como "ciencia de la historia", el momento de la universalidad del concepto es sometido a una severa crítica. El nivel de análisis sincrónico que privilegia los conceptos de estructura y de función es confrontado con el nivel del análisis histórico. Las instituciones ya no aparecen como invariantes sociales, receptáculos de la racionalidad y del consenso, sino como formas singulares aprehendidas en las relaciones de fuerza, las relaciones de clases, las relaciones de producción. El momento de la universalidad aparece como el momento de lo ideológico: la "idea" de Hauriou, la "carta" de Malinowski, la "representación colectiva" de Durkheim o de Mauss, el "sistema de representación" de Lévi-Strauss, etc., permiten captar la función simbólica de las instituciones, pero no la totalidad de las funciones objetivamente cumplidas por aquellas. En cuanto al momento de la particularidad, el marxismo se empeña unas veces en ponerlo de relieve, otras en olvidarlo. Hipostasiados en tanto agentes históricos, constructores de su propia historia, los individuos arriesgan perder esta autonomía y esta iniciativa instituyente en el momento en que el marxismo, dejándose llevar por las facilidades dogmáticas del economismo y del filosofismo materialista, se vuelve institucional.

B. El equívoco. Como se comprende a partir de las observaciones anteriores, el equívoco del concepto de institución reside en el hecho de que designa alternativa o simultáneamente lo instituido o lo instituyente. Para la ideología dominante, formada en gran parte por una vulgarización del derecho y de la filosofía del derecho, la institución es la cosa establecida, lo instituido. La duración, la repetición del estado de hecho sirven para legitimar la institución. En lo que hace a la teoría marxista -que se rebela contra la ideología dominante y el derecho- suele ocurrir lo mismo; esto explica la desconfianza y, por último, el rechazo hacia el concepto de institución, acusado de servir de "fachada", de "máscara" ideológica a la realidad de las relaciones de producción. Ya se ha visto, con respecto a Parsons, que los fenómenos de institucionalización se encargaban de indicar, en sociología, la necesaria interiorización de las normas por los individuos, y ya no la capacidad instituyente de estos. Se ha visto también que Gurvitch invocó esta tendencia para denunciar en bloque todos los usos del concepto de institución.

¿No es mejor admitir que la institución pertenece a lo instituido y a lo instituyente a la vez? Ambas faces del concepto de institución recuerdan en algo las dos faces del signo de acuerdo con Saussure: significante y significado. Al igual que el signo, la institución no es unívoca, salvo en determinadas circunstancias en las que aparece como únicamente permisiva o como únicamente represiva. Por ejemplo: un sindicato no es solamente una burocracia represiva (salvo en el caso de sindicatos directamente controlados por el poder, como en algunos regímenes totalitarios), sino también una institución cuya negatividad respecto de las instituciones económicas y políticas se ejerce, al menos potencialmente, en forma de reivindicaciones o de movimientos de protesta. A la inversa, desde el punto de vista conservador, el sindicato nunca es (salvo en períodos de huelga prolongada y de crisis social) un mero instrumento de reivindicación e impugnación; también es un organismo regulador del movimiento obrero, un medio para controlar indirectamente las iniciativas de la "base" obrera. Y por esa razón, el derecho sindical terminó siendo institucionalizado en la mayoría de los países industriales.

C. La problemática. El concepto de institución es además problemático: esto significa que la institución casi nunca se ofrece de manera inmediata a la observación, o al estudio inductivo. Presente-ausente, la institución emite mensajes falsos directos mediante su ideología, y mensajes verdaderos en código mediante su tipo de organización. No se confunde con los objetos reales que designa en la ideología corriente o en el vocabulario jurídico-sociológico. Mientras que el etnólogo y el sociólogo generalizan una serie de observaciones para inducir la existencia de tal o cual institución (por ejemplo, la prohibición del incesto, o la kula, o el potlach), el análisis institucional debe captar la acción social en su dinamismo y, sin prejuzgar acerca del sistema institucional existente, tratar de poner en evidencia dónde está la institución existente, tratar de poner en evidencia dónde está la institución, es decir, las relaciones entre la racionalidad establecida (reglas, formas sociales, códigos) y los acontecimientos, desarrollos, movimientos sociales que se apoyan implícita o explícitamente en la racionalidad establecida y/o la cuestionan.

Presente-ausente, es decir, simbólicamente presente en los grupos, agrupamientos, organizaciones, "instituciones" (en el sentido trivial del término), pocas veces la institución ofrece, en las prácticas que se pretenden analíticas, la faz objetiva que se manifestó sobre todo durante la primera parte de este estudio. Es preciso, por consiguiente, explorar los dominios donde, tras los sistemas de referencia que la expulsan o le asignan un lugar reducido (psicoanálisis, psicosociología, pedagogía), su presencia-ausencia hace surgir la índole problemática del concepto.

Propongo denominar intervenciones institucionales las prácticas que acabo de mencionar: ya se trate del psicoanálisis individual o de grupo, de la psicosociología de grupo, de la psicoterapia o de la pedagogía, todas tienen como rasgo común no sólo desarrollarse en un marco institucional preciso (aunque a menudo ocultado), sino también trabajar (una vez más de manera empírica y espontánea, salvo en cuanto a la terapia y la pedagogía institucionales) con un material que no es sino la relación que los individuos mantienen con las instituciones. El tipo de intervención que se da por objeto analizar este material ocultado o desfigurado por los demás tipos de intervención, se llamará socioanálisis.
Al final del presente trabajo, se intentará delinear brevemente las condiciones teóricas y prácticas de este método en curso de elaboración.






NOTAS

15 F. Znaniecki, "Organisations sociales et institutions", en G. Gurvitch, La sociologie au XXe. siècle, París, PUF, 1947, vol. I. Más recientemente, S. Taylor en Conceptions of institutions and the theory of knowledge (Nueva York, 1956), distingue tres grandes teorías de la institución: individualismo, positivismo y relativismo histórico.
16 F. H. Allport, Institutional behavior, Chapel Hill, University of Carolina Press, 1933.
17 Citado por R. K. Merton, Eléments de théorie et de méthode sociologique, París, Plon, 1953; pág. 461, nota 42, en la edición de 1965. La obra de E. Eubank es The concepts of sociology, Neston, 1932.
18 W. G. Sumner, Folkways, Boston, 1907.
19 R. K. Merton, Eléments de théorie et de méthode sociologique.
20 American soldier, dos volúmenes redactados por dos equipos parcialmente distintos, Princeton University, 1949. Véase también H. Hyman, "The psychology of status", Archives of Psychology, nº 269, 1942; H. H. Kelly, "Deuz fonctions du groupe de reférence", en Readings in social psychology, Nueva York, 1952, en A. Levy, Textes fondamentaux de psychologie sociale.
21 E. Durkheim (Les fègles de la méthode sociologique, París, Alcan, 1895) distingue entre sociedades unisegmentarias (horda), sociedades polisegmentarias simples (clanes, tribus) y sociedades polisegmentarias compuestas (Estados).
22 B. Malinowski, Une théorie scientifique de la culture, París, Maspero, 1968.
23 Cf. R. Lourau, L'instituant contre l'institué, París, Anthropos, 1969, cap. 2.
24 C. Lévi-Strauss, Anthropologie structurale, París, Plon, 1958, introducción.
25 M. Mauss, "Rapports réels et pratiques de la psychologie et de la sociologie", comunicación que data de 1924, reimpresa en Sociologie et anthropologie, París, PUF, 1950.
26 M. Mauss y Hubert, "Introduction à l'analyse de quelques phénomènes religieux", en M. Mauss, Ouvres, I, Les foncitons sociales du sacré, París, Ed. de Minuit, 1968.
27 Anthropologie structurale.
28 Anthropologie structurale El historiador Seignobos había afirmado ya que "no se ven las instituciones que se describen. Se está obligado a imaginar a los hombres, los objetos, los actos, los motivos que se estudian. Estas imágenes son la materia práctica de la ciencia: son estas imágenes las que se analizan" (La méthode historique appliquée aux sciences sociales, París, Alcan, 1901).
29 Tristes tropiques, París, Plon, 1955; fin de la 5a parte.
30 H. Lefebvre, "Claude Lévi-Strauss et le nouvel éléatisme", en L'Homme et la société, nº 1-2. Véase también, del mismo autor, Position, contre les technocrates, París, Gonthier, 1967.
31 La pensée sauvage, París, Plon, 1962, pág. 207 y sig.
32 G. Gurvitch, "Le concept de structure sociale", Cahiers Internationaux de Sociologie, vol. 19, 1955.
33 T. Parsons, The social system, Glencoe, III., The Free Press, 1951; Social structure and personality, Glencoe, III., The Free Press, 1964; Essays in sociological theory, Glencoe, III., The Free Press, 1964. De esta última obra se extrae el capítulo titulado "Psycho-analysis and the social structure", para presentar la teoría parsonsiana. Se hace referencia, asimismo, a las escasas traducciones aparecidas: "La théorie sociologique systématique et ses perspectives", en G. Gurvitch, La sociologie au XXe. siècle. Y, trad. y prólogo de F. Bourricaud, Eléments pour une sociologie de l'action, París, Plon, 1955.
34 A. Kardiner, The individual and his society, Nueva York, 1939; The pychological frontiers of society, Nueva York, 1945; R. Lonton, De l'homme (1936), París, Ed. de Minuit, 1968; The cultural background of personality, Nueva York, 1945. Respecto de estos autores, véase el estudio de M. Dufresne, La personalité de base, París, PUF, 1953. Dufresne señala ya la ausencia de un "análisis institucional", junto al annálisis funcional (pág. 293) y emprende una crítica del confusionismo de los culturalistas acerca del concepto de institución.
35 C. W. Mills, L'imagination sociologuique, Parí,s Maspero, 1967. Véase también S. Jonas, "Talcott Parsons ou le roi nu", en L'homme et la societé, nº 1, 1966, y E. Enriquez, "La sociologie est-elle une théorie de l'action?", Critique, nº 116, 1957.
36 Así lo demuestran las encuestas y análisis sobre la educación y la cultura surgidos del Centro de Sociología Europea (Bourdieu y Passeron); la obra de Bourdieu, Chamboredon y Passeron, Le métier de sociologue, París, Mouton-bordas, 1968. O también M. Amiot y M. Freitag, Essai sur les rapports du politique et du culturel; Rapport sur l'étude de l'administration centrale de la jeunesse et des sports, Laboratoire de Sociologie Industrielle, 1968. Véase, sobre todo, la tercera parte del tercer volumen.

INTERVENCIÓN SOCIOANALÍTICA

Hacia la intervención socioanalítica - RENÉ LOURAU
EL ANALISIS INSTITUCIONAL
Amorrortu Editores



I. La situación analítica

La psicoterapia y la pedagogía son los dos sectores más avanzados de la investigación y de la experimentación en análisis institucional. La psicosociología y el psicoanálisis manifiestan ciertas preocupaciones, ciertas direcciones de investigación que convergen con las teorías institucionales de los psiquiatras y pedagogos. No obstante, al hablar de intervención socioanalítica _es decir, de una aplicación del análisis institucional en la práctica de los grupos, colectividades y organizaciones_, una fuerza invencible parece llevar a establecer un paralelo con la intervención psicosociológica, o aun con la encuesta en el terreno de la sociología de las organizaciones. Ahora bien, así como no se justificaría reducir el análisis institucional a un método de terapia y/o de pedagogía, tampoco debe identificarse el modo de intervención socioanalítica con modos de intervención anteriores. No se trata, sin embargo, de disimular la función que cumplen las teorías y las experiencias psicosociológicas en la búsqueda de un nuevo método. Cualquiera que sea la crítica que se pueda dirigir a la teoría de las organizaciones, no es menos evidente que cualquier esfuerzo encaminado a superar esa teoría implica trabajar, en cierta forma, con el concepto de organización. En cuanto al psicoanálisis, no cabe duda de que, sin él, la crítica del positivismo sociológico seguiría siendo tan teológica como la crítica positivista de la teología por Auguste Comte.

Ante todo, entonces, hay que tratar de definir las condiciones teóricas de la intervención socioanalítica. Con ello se evitarán, parcialmente al menos, las confusiones y reducciones que amenazan a todo nuevo método. Este riesgo es normal, si se recuerda, con Hegel, que la crítica radical de una tesis es, ante todo reconocimiento de dicha tesis, y que oponer un concepto a otro concepto es participar en el trabajo de análisis de este último.

En segundo lugar, se intentará delimitar las condiciones prácticas de la intervención socioanalítica. Por condiciones prácticas entendemos, por un lado, todo aquello que determina el lugar del analista (individual o colectivo) en la situación de intervención, el estudio del puesto de trabajo analítico; y por otro lado, la técnica de investigación, es decir, la aplicación concreta de los datos teóricos contenidos en el método.

El análisis institucional engloba por ahora un método de conocimiento inductivo, que se sitúa junto al análisis funcional, estructural y estructural-funcional, y junto a diversos modos de análisis económico, político, etc.; también engloba, más específicamente, un modo de análisis en situación más cercano a la terapia psicoanalítica. En el primer caso, se trata de un análisis de gabinete, inspirado más o menos directamente en intervenciones o investigaciones de campo. En el segundo caso, es una intervención institucional analizada como tal. En esta dualidad se puede encontrar ventajas, o lamentarlas. De cualquier manera, solo la intervención en una situación permite un verdadero socioanálisis. (1) El análisis de gabinete puede aportar materiales, favorecer la aproximación activa a la situación, contribuir a su dilucidación teórica, sugerir modos de evaluación y criterios de validación. Tiene la desventaja de poner al sociólogo, psicólogo, economista o teórico político en situación cómoda y desarraigada a la vez del "sabio" o del "experto".

Por consiguiente, no separaremos el análisis de la intervención, para señalar bien que el sistema de referencia del análisis institucional está determinado estrictamente por la presencia física de los analistas en cuanto actores sociales en una situación social, y por la presencia material de todo el contexto institucional.

Qué es lo que permite construir una situación analítica?

a. Una hipótesis.
b. Los instrumentos de análisis.

a. Una hipótesis

Mediante análisis en situación que no se confunden con los "juegos de la verdad" de la psicosociología ni con "la higiene social" de la sociología de las organizaciones, es posible descifrar las relaciones que los grupos y los individuos mantienen con las instituciones. Más allá de las racionalizaciones ideológicas, jurídicas, sociológicas, económicas o políticas, la dilucidación de estas relaciones pone de relieve que el vínculo social es, ante todo, un acondicionamiento del no saber de los actores respecto de la organización social.
b. Los instrumentos de análisis

Residen en un conjunto de conceptos articulados como sistema de referencia del análisis institucional.

1. Segmentaridad. La unidad positiva de todo agrupamiento social se apoya en un consenso o en una regla exterior al grupo, o en ambos a la vez. El consenso puede ser el del sentido común, el de la solidaridad "mecánica" u "orgánica", el de la creencia común, etc. El reglamento puede estar más o menos interiorizado o ser vivido como coerción pura, según se trata de un reglamento elaborado por la colectividad o aceptado por ella, o también impuesto por una parte de esa colectividad. En todos los casos, la unidad positiva del agrupamiento, lo que le de a su carácter de formación social (es decir: le confiere una forma, determinaciones morfológicas observables), funciona a la manera de la ideología. Desde ese punto de vista, todo agrupamiento es una comunidad con intereses convergentes. Tiene algo de sagrado y de intocable.

En el extremo opuesto a esta visión ideológica, la acentuación de las particularidades de los individuos que componen el agrupamiento produce la negación , a veces absoluta, de la idea misma de comunidad. La unidad positiva del grupo, de la organización, de la colectividad étnica o política, es destruida por el peso de la negatividad cuando esta última toma la forma del individualismo o del nihilismo, cuando se consideran irreductibles los intereses o las características individuales.

Es posible considerar un sobrepasamiento de la primera concepción, que sea, a la vez, una negación de la primera negación. Se considera entonces que la existencia de los agrupamientos es innegable, pero que estos poseen una unidad negativa. Más allá de la unidad abstracta de la ideología universalista, y más allá de la extrema división basada en las particularidades individuales, se advierte que la unidad de los agrupamientos observables es pluralista y heterogénea. Los individuos yuxtapuestos no constituyen un agrupamiento: lo que da su unidad a la formación, y su forma al agrupamiento, es la acción recíproca, y a menudo oculta, de una multitud de grupos fragmentarios en el interior del agrupamiento. Los individuos no deciden en abstracto vivir o trabajar juntos, pero sus sistemas de pertenencia y sus referencias a numerosos agrupamientos actúan de tal modo, que pueden constituirse nuevos agrupamientos, agregándose así a los sistemas de pertenencia y de referencia ya-ahí que al mismo tiempo niegan en diversos grados, puesto que los sistemas de pertenencia y de referencia anteriores entrañan, en general, oposiciones y criterios exclusivos, los cuales, sin embargo, son obligados a fundirse en la multitud de diferencias. Este carácter singular de los agrupamientos detectado por la intervención socioanalítica, toma el nombre de segmentaridad.

Notemos que la pluralidad de grupos reales más o menos visibles, reconocidos y declarados, que componen un determinado agrupamiento, no se confunde con la pluralidad de los "subgrupos" que la psicosociología desentraña en el aquí y ahora del análisis. Sin embargo, estos "subgrupos" contingentes no carecen de vínculos con los grupos de pertenencia y de referencia que existen en el agrupamiento (o fuera de él, funcionando así como grupos de no pertenencia, o como grupos de referencia exterior). Por ejemplo, un subgrupo de "jóvenes" se refiere a una clase de edad que en la sociedad global es percibida menos como una pertenencia universal y natural que a la manera de un grupo segmentario que establece relaciones de dependencia y relaciones agonísticas con el grupo de los "viejos".

2. Transversalidad. La ideología grupista (en los pequeños grupos) o comunitaria (en las grandes formaciones sociales como el partido, la Iglesia, la nación, etc.) tiende a construir la imagen ideal del grupo monosegmentario, de la coherencia absoluta, producida por una pertenencia única y omnipotente, que relega al segundo plano todas las demás. El "grupo" _cualquiera que sea su volumen y su historia_ se contempla narcisísticamente en el espejo de la unidad positiva, excluyendo a los desviantes, aterrorizando a aquellos de sus miembros que abrigan tendencias centrífugas, condenando y a veces combatiendo a los individuos y grupos que evolucionan en sus fronteras. Este tipo de agrupamiento que rechaza toda exterioridad es un primer caso de grupo-objeto.

Un segundo caso de grupo-objeto está constituido, a la inversa, por los agrupamientos que no se reconocen a sí mismos ninguna existencia efectiva, fuera de la que les confiere instituciones o agrupamientos exteriores a los que se asigna la misión de producir las normas indispensables para el gupo-objeto, y de controlar y sancionar el respeto o la falta de respeto hacia esas normas exteriores. Si el primer caso de grupo-objeto es el de la banda o la secta, el segundo es el de agrupamientos definidos por el lugar que ocupan en la división del trabajo y, por consiguiente, en las jerarquías de poder. La estrategia de la secta o de la banda consiste en someter al adversario, o simplemente al vecino; la de un grupo totalmente dependiente consiste en "someterse" ante las instancias superiores (o lo que las reemplaza), y en compensar este sometimiento mediante una racionalización de la polisegmentaridad absoluta, es decir, del individualismo. Mientras que la secta mantiene constantemente abierta la herida de su ruptura institucional con respecto a la sociedad, y la banda no ve en la sociedad más que un riesgo de desbandada, el personal de un establecimiento de
enseñanza o de una pequeña empresa ocupa todo su tiempo en desbandarse y en conjurar cualquier amenaza de separación entre él mismo y la imagen de la autoridad instituida.

En los dos casos de grupo-objeto que se acaba de evocar (2), hay negación de la transversalidad constitutiva de todo agrupamiento humano. Se puede entonces definir la transversalidad como el fundamento de la acción instituyente de los agrupamientos, en la medida en que toda acción colectiva exige un enfoque dialéctico de la autonomía del agrupamiento y de los límites objetivos de esa autonomía. La transversalidad reside en saber y en el no saber del agrupamiento acerca de su polisegmentaridad. Es la condición indispensable para pasar del grupo-objeto al grupo-sujeto.

3. Distancia institucional. El grupo del tipo "secta" mantiene, a fuerza de terror o de autismo, una distancia entre él y la acción de las instituciones; procura eludir el control de estas y desdeña las posibilidades que ellas ofrecen para la acción social. Por el contrario, el grupo del tipo opuesto a la secta (digamos, el grupo-objeto B) identifica en demasía su acción, su funcionamiento y hasta su existencia, con la influencia de las instituciones: entre estas y el grupo-objeto A, la distancia pretende ser infinita; entre estas y el grupo-objeto A, la distancia pretende ser nula. En la realidad extremadamente diversa de los grupos-objeto de diferente tipo, y de aquellos que aspiran al estatuto del grupo-sujeto, se definirá la distancia institucional como el componente objetivo y subjetivo de la conciencia que los actores tienen de su no integración, de la insuficiencia de sus sistemas de pertenencia y, sobre todo, de la falta de transversalidad en la acción del agrupamiento determinado al que pertenecen. Objetivamente, tanto el "proyecto" paranoico del grupo-objeto A como el "proyecto" depresivo del grupo-objeto B manifiestan una aceptación del vacío social, del alejamiento cada vez más considerable con respecto a las bases racionales de la acción. En ambos casos, sin embargo, la subjetividad cumple una función determinante, ya que a menudo condiciona la evaluación que hace el actor en cuanto al grupo que encierra posibilidades privilegiadas para su acción. Por último, también debe tenerse en cuenta la subjetividad cuando se trata de las evaluaciones de un "cliente" con respecto a la distancia institucional de los agentes de quienes depende su existencia. Por ejemplo, un enfermo evoluciona en función de las imágenes que se forja sobre las distancias institucionales respectivas del jefe de la sala y del terapeuta, imágenes que en parte se apoyan en el poder administrativo y la presencia continua del primero, así como en la presencia periódica y el no-poder administrativo del segundo.

4. Distancia práctica. Max Weber vincula dos hechos fundamentales para la comprensión del análisis institucional: por un lado, el alejamiento creciente con respecto a la base racional de las normas institucionales; por otro, el alejamiento creciente con respecto a alas bases racionales de las técnicas. (3) Dando a "técnicas" un significado que abarque el conjunto de las operaciones e instrumentos utilizados como medios en la práctica social, se hablará de distancia práctica para designar esa forma del no saber referente a la función del sustrato material de todas las instituciones y de la organización social.

Como lo sugiere Malinowski, no hay institución sin sustrato material: paradójicamente, la antropología cultural confluye aquí con la teoría marxista y la crítica marxista del derecho. El momento de la singularidad del concepto de institución tiene como contenido, no solamente la organización en el sentido de sistema de decisión y de poder, sino también la organización material, el componente tecnológico y el entorno físico. De este modo, el "acondicionamiento doméstico" (es decir el ordenamiento, la administración o el management de la infraestructura económica) es el momento organizativo y tecnológico del matrimonio y de la familia, así como el "hogar" es el momento de la universalidad. Las instituciones estatales poseen una organización material compuesta de arquitectura y ecología terrorista, sin olvidar lo que ha llegado a ser su privilegio casi exclusivo: la fuerza armada. La base material de las instituciones eclesiásticas y ceremoniales (para adoptar la clasificación de Spencer) parece menos evidente, ya que el factor económico, aunque cumple una función muy importante, queda disimulado, y además se inviste de carácter simbólico a muchos objetos y procedimientos materiales. Pero la materialidad inherente a los símbolos nunca surge con tanta evidencia como en la institución de las fiestas, que la sociología reduce a veces a "ordenamiento" de la ideología o de la mitología. Por último, la importancia de la distancia práctica que separa los individuos y los grupos de las instituciones, se manifiesta a propósito de los medios de comunicación, información y aculturación. Los instrumentos de comunicación que han invadido nuestra vida cotidiana y sirven de soporte a los mensajes de las instituciones establecidas, son para nosotros cada vez más misteriosos en cuanto a su fabricación, su funcionamiento y, sobre todo, su costo y sus modalidades de venta. (4) Weber evocaba el ejemplo de dos instrumentos de comunicación: la moneda y el tranvía. Se podría agregar el teléfono, el transmisor, el grabador, la radio, la televisión, el cine, el automóvil, el avión, el cohete...

Los dos sectores donde hizo su aparición el análisis institucional están particularmente marcados por la inextricable mezcla entre lo económico y lo simbólico en su sustrato material. La psicoterapia institucional nació de una rebelión contra las técnicas somáticas utilizadas en las terapias tradicionales: desde el electroshock al "chaleco de fuerza" quimioterapéutico. Los psiquiatras, en cambio, advirtieron la función que cumple el entorno hospitalario, la ecología,
como soporte de fantasías y como medio que los enfermos utilizan para reestructurar su universo mental y social. La distancia social, o lo que la psiquiatría social designó como el "vacío social" de la enfermedad mental, son el resultado de una distancia institucional que el aislamiento del hospital reduce casi a una distancia práctica, a un exilio con respecto al sistema de objetos tal como este funciona en la vida corriente.(5) Este exilio, claro está, produce desórdenes y racionalizaciones en las fantasías, similares a los que experimentan los verdaderos exiliados, obligados a reconstruir sin cesar, con una pérdida cada vez mayor de los términos de referencia reales, el mundo de su vida anterior. Es comprensible entonces que el psiquiatra procure analizar este símbolo, revelado por la distancia práctica, de la separación entre el individuo y su deseo.

En la institución escolar y, en general, en las instituciones donde se manifiesta una función formativa, la pedagogía institucional nació a su vez de una crítica referida tanto al uso hecho del sustrato material como a la organización del sistema de enseñanza. Las técnicas educativas surgidas del movimiento Freinet eran ya una impugnación del espacio educativo, de las técnicas corporales, de la relación con los objetos presentes o no en el aula. Por la influencia de Rogers, la pedagogía no directiva insistió en el reordenamiento del grupo maestro-alumnos; este grupo dispuso los pupitres "en círculo" para facilitar el intercambio y, sobre todo, para simbolizar la muerte del curso magistral, no sin encontrar numerosas resistencias provenientes tanto de los alumnos y los maestros como del mobiliario escolar y del personal de maestranza. Por último, la pedagogía institucional tomó por objeto el conjunto del espacio educativo, para develar allí los símbolos de la burocracia escolar, símbolos a su vez del sistema social represivo: las modalidades de ingreso y egreso, la distribución de locales, la ausencia de ciertos canales de comunicación y la singularidad de los canales existentes, etc., todo lo cual ha servido y sirve de soporte al análisis del sistema institucional como fundamento invisible e inconfesado de la "educación". Este análisis permitió mostrar cuán poco adecuadas eran las instituciones educativas _y las instituciones en general_ para su función oficial de formación. Más allá de la función educativa surgió como en palimpsesto la sociedad misma, es decir, la sociedad pretendidamente "instituyente".

En tales condiciones, se comprende la importancia que tiene el concepto de distancia práctica para el socioanálisis, o sea, para el análisis institucional aplicado en lugares y momentos de la práctica social que no son la educación ni la terapia.

5. Implicación institucional. Habiendo considerado la distancia institucional como la divergencia entre la acción y sus bases racionales, se llamará "implicación institucional" el conjunto de las relaciones, conscientes o no, que existen entre el actor y el sistema institucional. La segmentaridad y la transversalidad actúan en el sentido de especificar y modificar las implicaciones de cada uno de ellos, mientras que la ideología procura uniformarlos.

6. Implicación práctica. También aquí se trata de un corolario de la distancia práctica. Si esta última mide la divergencia del actor con respecto a la base racional de las técnicas, la implicación práctica indica las relaciones reales que este mantiene con lo que antes se denominó la base material de las instituciones.

La implicación institucional y la implicación práctica abarcan muchos niveles. Adoptando los conceptos que Henri Lefebvre aplica el "análisis dimensional", (6) distinguiremos:

7. La implicación sintagmática. Es la implicación inmediata que caracteriza la práctica de los grupos, "la articulación de los datos disponibles para la acción" (Lefebvre). Estos sintagmas sociales, que son los grupos efímeros o permanentes, pequeños o grandes, nos presentan las relaciones interpersonales. También se habla a veces de la dimensión psicosociológica del análisis institucional, pero es sabido que aquí se trata, en realidad, de un momento del concepto de institución, el momento de la particularidad. La dimensión grupal es importante, pero no se la debe aislar; no constituye el referencial del análisis. En los fenómenos grupales, debe verse la manifestación de la instancia negativa de la institución.

8. La implicación paradigmática. Es la implicación mediatizada por el saber y por el no saber acerca de lo que es posible y lo que no es posible hacer y pensar. Una serie de oposiciones de homologías, de antónimos y de sinónimos, regula sin cesar las acciones. Cuando se denomina "sistema" al eje paradigmático de la lengua, se subraya el aspecto de clasificación, tan propio del sentido común como de la ideología elaborada o del saber científico. Entre la rústica taxonomía del ama de casa que clasifica y reclasifica indefinidamente su mundo y el mundo mediante los códigos de su educación, sus prejuicios, su práctica social (de mujer, de esposa, de madre, etc.) y, por otro lado, la taxonomía erudita del biólogo o del sociólogo, se advierte una diferencia de grado, no una diferencia de naturaleza. El miembro de la tribu bororo y el etnólogo, el ama de casa, y su vecino culto, el alumno y el maestro, el obrero y el patrón, producen ordenamientos más o menos primitivos de su saber sobre la naturaleza y sobre la sociedad. En todos los casos se trata, según la expresión de Lefebvre, de "la explotación reflexiva de lo adquirido".

9. La implicación simbólica. Es la implicación que más se expresa y menos se piensa. Es el lugar donde todos los materiales gracias a los cuales la sociedad se articula dicen, además de su función, otra cosa: la sociabilidad misma, el vínculo social, el hecho de vivir juntos, entenderse y enfrentarse. Uno de estos materiales privilegiados es el sistema de parentesco simbólico que rige el ordenamiento y desordenamiento de una colectividad grande o pequeña, a partir del momento en que una organización y determinadas finalidades la constituyen como tal. Visible sobre todo en el pequeño grupo, el sistema de parentesco simbólico _tal como vimos al referirnos a Freud_, sobredetermina de hecho los grandes agrupamientos, por intermedio de esos eslabones articulados del vínculo social que son las pequeñas unidades efímeras o permanentes que sirven de contexto a nuestra vida cotidiana: familia, lugar de trabajo, reunión privada o publica, etc. Otro material privilegiado de la implicación simbólica es la materialidad de la institución. Más adelante se precisará este punto, a propósito del analista y del analizador.

10. La transferencia institucional. Este concepto, tomado de la psicoterapia institucional, no significa tanto una especie de colectivización y exposición de la transferencia como una nueva concepción del análisis en cuanto intervención institucional, y del analista en cuanto actor social que se implanta en una situación social. Decir que la estructura de la organización, y ya no solamente determinado individuo que ocupa un lugar singular dentro de la estructura (el patrón, el médico, el analista), es objeto de transferencia por todas las personas vinculadas con esa organización, significa de hecho reconocer como algo esencial en la vida de la organización la existencia de una implicación diversificada, según la clasificación antes propuesta. La aplicación institucional simbólica ofrece especialmente la posibilidad de analizar los fenómenos de transferencia. Mientras el análisis permanece en la etapa de decodificación de las implicaciones paradigmática y sintagmática, el contenido de la transferencia es, sobre todo, el de la demanda o el requerimiento de intervención. La implicación sintagmática apunta al momento de lo imaginario (fantasía del grupo); la implicación paradigmática concierne al momento de lo real (la seriedad de la tarea, el reino de la necesidad). Entre ambos tipos de implicación surgen forzosamente algunas oposiciones. La implicación P supone una referencia y una reverencia dirigida a los códigos y reglamentos establecidos, mientras que la implicación S valoriza la ley del grupo, el consenso, el rechazo imaginario de toda obediencia. Sin embargo, dentro del grupo cliente del socioanalista, la oposición surge o es reforzada por la presencia de este, representante más o menos imaginario de un supercódigo, un reglamento de reglamentos, un metalenguaje o un infralenguaje más o menos conocidos.

La oposición entre el staff-cliente (grupo directivo que encargó la intervención) y el grupo-cliente (conjunto de los clientes), o sea, la oposición capital entre dirigentes y dirigidos, no es la única que hace surgir la dialéctica entre lo instituyente y lo instituido. Hay que tener en cuenta asimismo la intrusión de elementos eminentemente perturbadores de la organización en el plano del sistema de parentesco simbólico: los analistas. Al poner en juego la estructura del grupo-cliente en su conjunto, la presencia de los analistas pone al mismo tiempo en evidencia la estructura oculta o tácita de la organización. Las relaciones institucionales comienzan a ser dilucidadas por el simple desordenamiento de la estructura. (7) Dicho de otro modo, el análisis instituye una crisis en las instituciones, y una crisis de las instituciones es una forma de análisis; un análisis en crisis.

De la situación analítica, tal como es definida aquí, puede decirse que se aparta de lo que es, o de lo que quisiera ser, la situación de análisis definida por otros tipos de intervención: el psicosociólogo o el sociólogo de las organizaciones tienden a condenar esta característica esencial del análisis institucional. Es evidente, sin embargo, que la "provocación", si la hay, no es inducida artificialmente, sino que es inherente a las finalidades explícitas del método.

No obstante, la situación analítica no es todo el método. Lo dicho sobre el lugar que ocupan los analistas en la transferencia institucional permite adivinar la función de la contratransferencia institucional. Más en general, las condiciones prácticas de la intervención de uno o de varios analistas deben ser especificadas, desde un punto de vista abiertamente ergológico, es decir, teniendo en cuenta el puesto de trabajo del analista en la estructura de la institución-cliente, definida por su organización y por el desordenamiento que la situación analítica introduce en esa organización.


II. La contratransferencia institucional del analista

El concepto de provocación emocional utilizado en psicología social (8) se aplica al analista, a desviantes o a dirigentes capaces de revelar del grupo a sí mismo mediante una especie de acting-out controlado, que puede ir del cuestionamiento radical a la manipulación afectiva. Tanto el campo de intervención como el campo de análisis de este tipo de provocación son siempre el pequeño grupo. En el caso de la crisis real o potencial desencadenada por la institución del análisis institucional, hablaremos de provocación institucional , en una primera acepción, para designar el desplazamiento de lo instituido por parte de la acción instituyente del analista. En una segunda acepción, veremos más adelante que la provocación institucional se refiere también al analizador.

Intervenir, dice el diccionario, es "tomar parte en un debate ya entablado entre otras personas". El gran problema para el interviniente _se llame sociólogo, psicólogo, socioanalista, asesor, experto, etc._ reside en comprender que interviene en un sistema de valores y de modelos culturales de los clientes, será percibido a la vez como médico y como intruso.

Esto expresa la dificultad que se experimenta para captar el lugar del analista en la división del trabajo. Para que haya situación analítica (seminario o sesión, según se acentúe la formación o la intervención), hace falta, por un lado, una demanda de la organización o de la colectividad-clientes; por otro, es necesario que en el mercado haya existencia de analistas y organizaciones de analistas. La demanda _difusa o precisa_ se referirá a determinado tipo de intervención (sociológica, psicológica, económica) y después a determinado método de análisis. Por último, en función de la imagen proporcionada en el mercado,la elección señalará determinado analista o determinado equipo dependiente de una organización de analistas.

De estas comprobaciones triviales, pero muy significativas para las partes interesadas, se desprenden conclusiones que contribuyen a establecer la regla fundamental del analista:

1. El analista, cuya función consiste en inmiscuirse en una división del trabajo ya-ahí, instituida entre los miembros de una colectividad-cliente, ve su puesto de trabajo definido en cuanto a su contenido y delimitado en cuanto a sus prerrogativas mediante la demanda de intervención, en el momento en que ésta se convierte en requerimiento y contrato de intervención. El saber operativo que el analista posee o se le atribuye cumple un papel relativamente débil en el establecimiento de los criterios ergonómicos del análisis: así como el cliente del psicoanalista puede saber tanto como su analista sobre la ciencia freudiana, los clientes del psicosociólogo o del sociólogo bien pueden estar correctamente informados acerca de los últimos resultados de la sociología o la psicosociología. El saber particular del analista no llega a pesar decisivamente en el establecimiento de sus criterios ergonómicos hasta que dicho analista se convierte en empleado permanente de la organización. Desde ese momento, ya no altera _salvo al comienzo_ la división del trabajo instituida. Su trabajo queda institucionalizado y entra en relaciones directas con todos los demás puestos de trabajo que coadyuvan a las finalidades de la organización.

2. En el desplazamiento de la división técnica y social del trabajo que el análisis introduce, la mediación más expresiva y, al mismo tiempo, la más oculta, es la relación financiera que establece el analista con la organización-cliente. Él analista es pagado por el cliente, o por una institución de la que el cliente depende. Pero, quién es el verdadero cliente? Los miembros de la organización que han formulado una demanda difusa de intervención, sin saber muy bien a qué tipo de análisis o de analista confiarse? El staff-cliente, compuesto por los directivos de la organización, que ha formulado el requerimiento, discutido el contrato, negociado en nombre de todos determinada modalidad de intervención? O aún todos los que pagan? Pero ocurre con frecuencia que no todos pagan, o que los honorarios del analista no se establezcan de manera clara o definitiva en el momento del contrato, y que este sea tácito. Dentro del staff analítico puede haber igualmente diferencias de status, y una parte más o menos importante de los honorarios puede corresponder a la organización analítica, repartiéndose el resto entre los analistas. Por último, no es insólito que esta cuestión de los honorarios sea ignorada por una parte del grupo-cliente, y/o considerada como no significante en la intervención (véase el cuadro de págs. 276-77).

Lo más grave sería, por fin, que el analista mismo descuidara, subestimara o se negara a tener en cuenta este material del análisis o tecnificara el problema reduciéndolo a una discusión cuantitativa sobre las tarifas de las organizaciones competidoras.

3. La cuestión de las bases materiales de la intervención no puede sino remitir a la cuestión más general de las bases
materiales de la institución analítica. El análisis es una institución: esto significa que el recurso a los analistas como intervinientes externos, efímeros o periódicos, y pagos, es legitimado por el reconocimiento de cierto consenso y de cierta reglamentación respecto de este intruso, de este provocador institucional que es el analista. La institución del analista en intervención tiene su universalidad: el socioanalista, al igual que el psicosociólogo o el sociólogo de las organizaciones, entra en la categoría general de los "expertos" a quienes se recurre en el nivel de las colectividades (economista, médico del trabajo, etc.). La particularidad del socioanalista y de las profesiones que le son más afines consiste en actuar en un campo de análisis sociológico o psicosociológico. Por último, la singularidad de la institución analítica reside en el hecho de que aquel sólo puede ejercer verdaderamente su actividad en situación de intervención, es decir, deslizándose en una división del trabajo de la que normalmente está excluido (salvo, como se ha dicho, bajo la forma de sociólogo o psicólogo "asesor", regularmente a sueldo de la organización que lo emplea de manera permanente). Aparentemente, el analista no tiene que rendir cuentas a nadie: es "patrón a bordo después de Dios", según la fórmula ingenua de un célebre psicoanalista. En verdad, esas cuentas que supuestamente debe rendir sólo
a sí mismo o a Dios forman parte de las "cuentas" de la organización-cliente. El dinero que recibe debería permitirle abordar la difícil cuestión de la contratransferencia institucional.













































4. Lo que interviene en la situación analítica, lo que analiza el campo delimitado por la demanda del cliente y por los conceptos del analista, no es una palabra aislada, científicamente legitimada por el saber o los títulos; es, en primer término, la dilucidación de las relaciones establecidas entre los clientes y sus respectivas instituciones, entre los clientes y el analista y por último, entre el analista y las instituciones. Si bien las dos primeras relaciones conciernen a la transferencia institucional, la tercera no es la única referida al analista. La segunda de estas relaciones también lo alcanza, ya que si los clientes "transfieren" a él, a su vez él "transfiere" a los clientes. Se advierte entonces que la contratransferencia institucional resulta de dilucidar: a) la respuesta que da el analista a los clientes en función de las diferenciaciones del "trabajador colectivo" según status, edades, sexos, razas, etc.; b) la respuesta que da el analista a la organización cliente como institución, inscripta en un sistema singular de instituciones; y c) la respuesta que da el analista a las transferencias de su propia organización analítica, o de la organización que "cubre" su equipo desde un punto de vista deontológico y/o desde un punto de vista metodológico e ideológico.

La dilucidación de estas diferentes relaciones transferenciales y contratransferenciales es lo que más falta en intervenciones inspiradas por la sociología de las organizaciones y aun, algunas veces, por intervenciones psicosociológicas. La ausencia o la insuficiencia de dilucidación produce, ya sea una intervención "salvaje", ya sea una intervención en función de reaseguro. En el primer caso, se toma la provocación institucional como un fin en sí, en nombre de cierto irracionalismo y hasta cierto nihilismo. En el segundo caso, donde la ideología reformista solicita la intervención de manera ciega, no explicitada, la provocación institucional es rechazada en nombre de un racionalismo que, sin embargo, se sabe "limitado" y "subjetivo". (9) El medio de evitar ambos tipos de errores consiste en adoptar como regla fundamental de la intervención el análisis permanente de la demanda , término en el cual se incluye tanto el requerimiento explícito del staff -cliente como la demanda difusa y contradictoria del grupo-cliente y la demanda implícita del analista. De este modo, el campo de análisis abarca el conjunto de los conceptos propuestos hasta aquí: segmentaridad, transversalidad, distancia institucional, distancia práctica, implicación práctica, implicación sintagmática, implicación paradigmática, implicación simbólica, transferencia institucional y contratransferencia institucional. En efecto: el análisis de la demanda no debe ser concebido como una especie de introspección colectiva, de juego de la verdad, de ajuste de cuentas entre categorías de status, o de lavado de ropa sucia en familia. Si bien algo de todo esto aparece durante una sesión analítica, es evidente que analizar la demanda consiste también, y ante todo, en ver en relieve lo que la demanda delineaba en hueco: la situación real de la organización-cliente, sus relaciones con el conjunto del sistema social, sus contradicciones, y la potente acción de lo negativo que, de cualquier manera, la hace funcionar y producir. Al racionalismo mitigado de la teoría sociológica de las organizaciones le cuesta aceptar este enfoque dialéctico, que admite el papel de la negatividad. "El mayor prejuicio que reina en esta materia _señala Hegel_ (10) consiste en pensar que la dialéctica no puede producir sino resultados negativos ". Sin embargo, no se debe juzgar como falta imputable a un objeto o a un conocimiento el hecho de que se revelen como dialécticos, mediante su estructura, su organización, o a causa de una asociación exterior.

Poco importa que se designe a lo negativo como "conflictos interpersonales", o "disfunciones de la burocracia", o aun "lucha de clases". Lo que cuenta es definir el concepto de lo negativo en la intervención analítica. Este concepto es el analizador.


III. El analizador

Tomemos una organización política fuertemente centralizada. Una hipotética intervención en un sector de esta organización, cerca o lejos del centro del poder, exigiría del staff-analítico, en primer lugar, una dilucidación permanente de la contratransferencia institucional, destinada a esclarecer las implicaciones diversas de los analistas con respecto a la ideología de la organización; en segundo lugar, una escucha particularmente fina de todo lo que concierne, no a los mensajes explícitos del ritualismo ideológico, sino a todos los mensajes en "código" que emite el apartado cuando "habla", casi siempre silenciosamente, de su existencia, de su antigüedad, de su poder, de sus modalidades de conservación de lucha, de su estrategia y de sus tácticas.

El sustrato material, la infraestructura organizativa de la institución y su materialidad, hablan más alto que sus palabras articuladas. Por eso se los disimula mediante el secreto, la canalización de la información y las racionalizaciones ideológicas. Cuando el sociólogo lo aisla so pretexto de que su flexibilidad da cuenta a la vez de los sistemas de decisión, de los sistemas de valores y de los modelos culturales, el concepto de organización no permite analizar dialécticamente la relación entre ideología, organización y base material. Pero, cómo tratar de explicar las funciones objetivas de la organización política (o de cualquier otra organización) si se ignora que el significante, el sujeto de la institución, reside parcialmente en la manera en que los miembros de la organización, según sus status y muchas otras variables, se conducen con el dinero que pasa por sus manos?

Se mantiene bajo silencio, no dicho, y se comunica apenas, es enunciado simbólicamente por la estructura del aparato. Los mensajes del aparato se caracterizan por ser órdenes. No son discutibles, pues como órdenes quedan marcados por la función conativa del lenguaje: (11) esta función corresponde a los mensajes en modo imperativo o vocativo; no admite, lógicamente, que se plantee respecto de ellos la pregunta: Es verdadero? Es falso? No pudiendo ser cuestionados , estos mensajes constituyen la base del lenguaje burocrático, del lenguaje de la separación dirigentes/dirigidos.

A veces, en período de crisis de la organización, el aparato utiliza la función metalingüística que es privilegio de los "responsables" del dogma y de la interpretación. (12) Se trata entonces de recordar a los miembros de la organización las exigencias más vitales del aparato: la disciplina absoluta adoptada del ejército, la institución más autoritaria y, al mismo tiempo, más agonística. Enunciando con mayor o menor claridad los problemas atinentes a la organización, a
la democracia interna, al funcionamiento de los sistemas de decisión, etc., el aparato atestigua un peligro mayor que lo amenaza: la desviación organizacional.

Se pueden distinguir tres tipos de desviantes, cuya importancia varía según el volumen, la forma y las funciones de la organización. El tipo más habitual es el desviante ideológico, que emite dudas sobre las finalidades y la estrategia general de la organización, intentando agrupar a otros heresiarcas ideológicos. Constituye el segundo tipo del desviante libidinal , que ocupa demasiado lugar en la estructura libidinal del grupo y con su sola presencia, arroja dudas sobre la seriedad de la ideología o de la organización. El tercer tipo es precisamente el desviante organizacional , que ataca de frente _y ya no por intermedio de desacuerdos teóricos o de comportamientos físicos ansiógenos_ el punto donde los problemas puramente prácticos y materiales confluyen con las cuestiones más teóricas: la organización.

La intervención _totalmente hipotética_ debería considerar al desviacionismo organizacional como el más importante, por ser el más temido. Los canales de comunicación concebidos para reducir o suprimir la libre expresión; los sistemas de poder sabiamente disimulados tras un funcionamiento "democrático", la base financiera y material de la organización relegada a lo insignificante no manifiesta todo esto, "de manera alusiva e invertida" (Poulantzas), la estructura común a muchas organizaciones, cualesquiera que sean sus funciones? Ahora bien, esto es lo que el desviante organizacional cuestionaba. Se denominará analizador a lo que permite revelar la estructura de la institución, provocarla, obligarla a hablar. Provocación institucional, acting-out institucional; por el hecho de remitir a sistemas de referencia psicosociológicos (provocación emocional) o psicoanalíticos (acting-out ), estas expresiones sugieren tal vez que el análisis institucional menosprecia los elementos patológicos y tiende a querer "manipularlos". Esta percepción es incorrecta. En efecto, no hay que asimilar el analizador o los analizadores a uno o a varios individuos que servirían de "cómplices" del analista. En cambio, es cierto que el acting-out (el "pasaje al acto") institucional supone un pasaje a la palabra (una provocación, en el sentido primario del término), y por consiguiente exige la mediación de individuos particulares, a quienes su situación en la organización permite alcanzar la singularidad de "provocadores". En el estado actual de los métodos de investigación sociológica, no es posible dilucidar el problema del poder, el problema del dinero y el problema de la ideología que viene a mezclarse de manera casi inextricable con los dos primeros, sin que intervenga en la situación analítica cualquiera de las figuras bajo las cuales se presenta el analizador: "genio travieso" (Sembrador de duda radical), "espíritu perverso", "sufre-dolores" o "chivo emisario", "oveja apestada" o "aguafiestas", el "gracioso de la pandilla", el especialista en "bromas pesadas" o el "maniático del espíritu de contradicción".

Los individuos "analizadores" casi nunca surgen ex abrupto , como meras encarnaciones de la negatividad de la institución. Se manifiestan poco a poco en una relación de oposición y/o de complementariedad, como "líderes" competitivos o rivales. Es así como el desviante libidinal no se manifiesta sino en el cuestionamiento difuso y a menudo silencioso de la ideología del grupo-cliente, cuando este último se constituye como grupo-objeto, identificando ideológicamente sus finalidades con la finalidad de la institución o de las instituciones más influyentes en el grupo. El acceso al grupo-sujeto no se efectúa solamente a través de la "toma de conciencia", la "revelación", la "conversión" o la "iluminación" del grupo-objeto, alcanzada gracias a ese "mesías" por fin reconocido que sería el analizador tomado en sí mismo. Frente al desviante libidinal surge con frecuencia un desviante organizacional que asume el cuestionamiento de la organización de la sesión analítica, del funcionamiento y de la ideología del grupo aquí y ahora, así como del sistema de poder de la organización reproducido de manera inconfesa en el grupo-cliente. La intervención del desviante organizacional como analizador es más racional que afectiva, aunque fácilmente parezca más apasionada. El grupo-objeto se caracteriza por defenderse de los analizadores, reduciendo todos los tipos de desviación a la desviación ideológica. Tal reducción permite, en efecto, racionalizar la crisis y circunscribirla a esquemas conflictuales muy conocidos": cuestiones de opinión, de generaciones, de filiación filosófica... "Espíritu perverso" debido al activismo, al individualismo, a la ambición personal, etcétera.

La policía, y con ella la ideología dominante y el "sentido común", ven en el líder la causa de todos los acontecimientos que vienen a turbar el orden público. El líder ideológico, casi siempre un intelectual desviado, es acusado de pervertir a la juventud con sus escritos o sus palabras. El líder libidinal es acusado de buscar el poder apoyándose en las mujeres, o, si se le sospecha de homosexual, como ocurre con frecuencia, en los hombres. En cuanto al líder organizacional, o se asimila su caso a uno de los casos antedichos, o a los dos, o se lo acusa confusamente de "manejar los hilos" de numerosos complots o manifestaciones opositoras con el propósito de lograr poder y/o dinero.

Estas construcciones de la ideología no deben dejar indiferente al socioanalista en la medida en que reaparecen, en grados y formas diferentes, en el seno del grupo-cliente durante la sesión analítica. Conviene señalar que los tres tipos de desviantes o líderes "analizadores" de la situación institucional entran en una dialéctica que corresponde a los tres momentos del concepto de institución.

Momento de la universalidad Desviación ideológica
Momento de la particularidad Desviación libidinal
Momento de la singularidad Desviación organizacional

Falta explorar muchas direcciones de la investigación, si se quiere llegar a una teoría coherente y eficaz del analizador. Mientras tanto, contentémonos con señalar algunas de las cuestiones dejadas en suspenso por el análisis institucional y por las investigaciones habituales en sociología y psicología social:

a. Cuáles son las relaciones entre liderazgo y desviación? A la dialéctica del líder y del desviante corresponde el hecho de que un líder en función parece reclamar a un desviante, el cual es un líder en potencia, en la medida en que uno y otro no hacen más que expresar, en el nivel más visible y dramático, el juego de los diferentes momentos articulados en el concepto de institución.

b. La presencia simultánea o sucesiva de este tipo de líder o de desviante evoca la importancia que tiene, en el análisis, todo elemento presente-ausente, es decir, que actúe por oposición al elemento presente (si él está ausente), o por oposición al elemento ausente (si él está presente). Un ejemplo privilegiado de este símbolo y este síntoma que es el analizador presente-ausente sería el del líder y/o desviante que habla por los demás miembros del grupo, les da la palabra o les sirve como caja de resonancia: cuando él está presente, determinadas categorías de personas pueden expresarse, mientras que otras quedan reducidas al silencio o al acting-out . En su ausencia, la situación se invierte. Este tercer canal o tercer fático (por alusión a la función fática del lenguaje, o función de contacto) es un amplificador de la palabra, y por consiguiente un articulador (un "embrague") de sentido, un analizador.

c. Habrá que preguntarse también cómo se articulan y oponen normas sociales y materialidad en el tiempo de trabajo y fuera de él: dicho de otro modo, cómo la institución "recupera" constantemente las mil evasiones del vínculo social que se producen en la parte más débil de la estructura social, allí donde lo práctico-inerte sólo entra en contacto con la serialidad y donde el trabajador, ergonómicamente definido y controlado, no puede "dialogar" sino con los mensajes fálicos de la máquina y con cadencias impuestas. Las relaciones entre institución e ideología deben ser completadas mediante un estudio de las relaciones entre institución y tecnología: con esta condición, podrá evitarse el riesgo (al que no pretendo haber escapado) de autonomizar lo institucional con respecto a lo económico, y de asignar el mejor papel al material psicosociológico. La dilucidación del concepto de analizador exige, en todo caso, una muy viva atención hacia esta zona limítrofe, mal conocida porque se expresa muy poco, donde la acción se apoya simbólicamente y/o materialmente en los medios de producción. Es el caso de la función que cumplen los animales y las fuerzas naturales en la producción pasada y presente. Es también el caso de los analizadores naturales: el niño, la mujer, el loco, el anciano, en tanto ocupan (o no ocupan) un lugar visible en la producción, y en tanto ocupan siempre un lugar en el sistema simbólico de parentesco y en la producción de símbolos sociales. Hablándonos del no-trabajo, de la irresponsabilidad financiera, de la muerte, del deseo y de la muerte del deseo, estas categorías nos hablan muy alto de las separaciones instituidas por el sistema social y promovidas al rango de normas naturales de nuestra acción.

El niño nos habla de la separación entre la formación y la brutal entrada en la vida "adulta", la vida del capital. La mujer nos habla de la separación entre la búsqueda de la felicidad y la ambición social. El enfermo nos habla de la separación entre contemplación y acción. El loco nos habla de la separación entre lo normal y lo patológico. El anciano, por último, nos habla del deterioro de la noción de adulto, de la negatividad que destruye la noción de adulto, separando un período (cada vez más corto) de existencia vendible al capital, y un período de supervivencia, de existencia superflua.

En última instancia, el analizador es siempre material. El cuerpo es un analizador privilegiado. La institucionalización de las relaciones entre mi cuerpo y el sistema de los objetos es lo que revela con mayor crueldad la instancia económica en el sistema institucional. Por eso el concepto de analizador deberá constituir el objeto de las futuras investigaciones institucionales.




NOTAS

(1) Ya se ha visto (5, IV) en qué consiste el socioanálisis según Van Bockstaele: análisis de los grupos naturales centrados en el concepto de grupo. El término "socioanálisis" es mucho más antiguo. Moreno reivindica su paternidad en Psicoterapia del grupo y psicodrama (1932). En el sentido de psicoanálisis aplicado a grupos, instituciones, ideologías, Amar se refiere a él en 1950, en "Introduction a la socioanalyse", Reveu Française de Psychanalyse, nº 2. Constituye otro dominio socioanalítico el "psicoanálisis" retroactivo, post mortem, de personalidades políticas o artísticas: mientras que Freud se interesó en el "caso" del presidente Wilson, René Lafforgue, por ejemplo, psicoanaliza a Rousseau, Robespiere y Napoleón un siglo y medio después de morir sus "clientes" (en Psychopatologie de l'échec ). La herencia de El

porvenir de una ilusión o de El malestar de la cultura se percibe mejor en una clase de obras que se remiten a una antropología psicoanalítica; macropolíticas a veces (p. ej., Psychanalyse de la situation atomique , de Fornari, París, Gallimard, 1969), se aplican con mayor frecuencia a situaciones coyunturales, a crisis sociales inesperadas (en algunos estudios sobre la crisis de mayo-junio en Francia se intentan reducciones del tipo "rebelión contra el padre"). Por último, aunque ciertas formas de intervención psicosociológica pueden ser calificadas como "socioanalíticas' (social analysis de Elliot Jaques), sin duda es exagerado evocar, como Roger Bastide, una "sociología psicoanalítica" lindante con el psicoanálisis aplicado, la "psicología colectiva" o "de masas" y la antropología. Sería más correcto hablar de "fenomenología social", como Monnerot.

(2) El aporte de Guattari sobre estas nociones de grupo-objeto, grupo-sujeto, transversalidad, fue resumido antes, 4, III.

(3) M. Weber, "Essai sur quelques catégories de la sociologie compréhensive", en Essais sur la théorie de la science , París, Plon, 1965.

(4) Esto conduce a empresas comerciales que enarbolan el estandarte de la cooperativa de compra y la "participación" a buscar el contacto con los clientes para revelarles el secreto de la comercialización: "Decimos con mucha franqueza la verdad sobre los aparatos que vendemos" (Contact , órgano informativo de la FNAC, Nº 101, julio de 1969).

(5) J. Baudrillard, Le systeme des objets, París, Gallimard, 1968.

(6) H. Lefebvre, Le langage et la société , París, Gallimard, cap. VII. "Le code tridimensionnel. Esquisse d'une théorie des formes".

(7) "La estructura no es el simple principio de la organización exterior a la institución; en forma alusiva e inversa, la estructura se halla presente en la institución misma, en la reiteración de estas presencias ocultas sucesivas se puede descubrir el principio de la dilucidación de instituciones (N. Poulantzas, Pouvoir politique et classes sociales , París, Maspero, 1968).

(8) K. Lewin, Psychologie dynamique , París, PUF, 1959.

(9) March y Simon, en Estados Unidos, proponen el concepto de "racionalidad limitada". En Francia, Crozier adopta este enfoque y agrega el concepto de "racionalidad subjetiva de cada agente libre, ya sea ejecutante o director". Esta racionalidad subjetiva se conjuga con "la influencia de los factores psicológicos, sociológicos" y de "relaciones humanas que la limitan" ( Le phénoméne bureaucratique , París, Ed. du Seuil, 1963, pág. 202).

(10) G. W. F. Hegel, Science de la logique , capítulo de conclusión, titulado "L'Idée absolute", que contiene una exposición del método dialéctico.

(11) R. Jakobson, Essais de lingüistique générale , París, Ed. de Minuit, 1964. La función conativa es la del mensaje centrado en el destinatario. Puede tomar la forma de la orden ("Cállese!"), de la admonición ("Unámonos!"), del ruego ("Ayúdeme!").

(12) La función metalingüística es la del mensaje centrado en el código., Es reformulación, connotación, comentario,interpretación: "El extremismo, enfermedad infantil del comunismo...".






Hacia la intervención socioanalítica - RENÉ LOURAU
EL ANALISIS INSTITUCIONAL
Amorrortu Editores



I. La situación analítica

La psicoterapia y la pedagogía son los dos sectores más avanzados de la investigación y de la experimentación en análisis institucional. La psicosociología y el psicoanálisis manifiestan ciertas preocupaciones, ciertas direcciones de investigación que convergen con las teorías institucionales de los psiquiatras y pedagogos. No obstante, al hablar de intervención socioanalítica _es decir, de una aplicación del análisis institucional en la práctica de los grupos, colectividades y organizaciones_, una fuerza invencible parece llevar a establecer un paralelo con la intervención psicosociológica, o aun con la encuesta en el terreno de la sociología de las organizaciones. Ahora bien, así como no se justificaría reducir el análisis institucional a un método de terapia y/o de pedagogía, tampoco debe identificarse el modo de intervención socioanalítica con modos de intervención anteriores. No se trata, sin embargo, de disimular la función que cumplen las teorías y las experiencias psicosociológicas en la búsqueda de un nuevo método. Cualquiera que sea la crítica que se pueda dirigir a la teoría de las organizaciones, no es menos evidente que cualquier esfuerzo encaminado a superar esa teoría implica trabajar, en cierta forma, con el concepto de organización. En cuanto al psicoanálisis, no cabe duda de que, sin él, la crítica del positivismo sociológico seguiría siendo tan teológica como la crítica positivista de la teología por Auguste Comte.

Ante todo, entonces, hay que tratar de definir las condiciones teóricas de la intervención socioanalítica. Con ello se evitarán, parcialmente al menos, las confusiones y reducciones que amenazan a todo nuevo método. Este riesgo es normal, si se recuerda, con Hegel, que la crítica radical de una tesis es, ante todo reconocimiento de dicha tesis, y que oponer un concepto a otro concepto es participar en el trabajo de análisis de este último.

En segundo lugar, se intentará delimitar las condiciones prácticas de la intervención socioanalítica. Por condiciones prácticas entendemos, por un lado, todo aquello que determina el lugar del analista (individual o colectivo) en la situación de intervención, el estudio del puesto de trabajo analítico; y por otro lado, la técnica de investigación, es decir, la aplicación concreta de los datos teóricos contenidos en el método.

El análisis institucional engloba por ahora un método de conocimiento inductivo, que se sitúa junto al análisis funcional, estructural y estructural-funcional, y junto a diversos modos de análisis económico, político, etc.; también engloba, más específicamente, un modo de análisis en situación más cercano a la terapia psicoanalítica. En el primer caso, se trata de un análisis de gabinete, inspirado más o menos directamente en intervenciones o investigaciones de campo. En el segundo caso, es una intervención institucional analizada como tal. En esta dualidad se puede encontrar ventajas, o lamentarlas. De cualquier manera, solo la intervención en una situación permite un verdadero socioanálisis. (1) El análisis de gabinete puede aportar materiales, favorecer la aproximación activa a la situación, contribuir a su dilucidación teórica, sugerir modos de evaluación y criterios de validación. Tiene la desventaja de poner al sociólogo, psicólogo, economista o teórico político en situación cómoda y desarraigada a la vez del "sabio" o del "experto".

Por consiguiente, no separaremos el análisis de la intervención, para señalar bien que el sistema de referencia del análisis institucional está determinado estrictamente por la presencia física de los analistas en cuanto actores sociales en una situación social, y por la presencia material de todo el contexto institucional.

Qué es lo que permite construir una situación analítica?

a. Una hipótesis.
b. Los instrumentos de análisis.

a. Una hipótesis

Mediante análisis en situación que no se confunden con los "juegos de la verdad" de la psicosociología ni con "la higiene social" de la sociología de las organizaciones, es posible descifrar las relaciones que los grupos y los individuos mantienen con las instituciones. Más allá de las racionalizaciones ideológicas, jurídicas, sociológicas, económicas o políticas, la dilucidación de estas relaciones pone de relieve que el vínculo social es, ante todo, un acondicionamiento del no saber de los actores respecto de la organización social.
b. Los instrumentos de análisis

Residen en un conjunto de conceptos articulados como sistema de referencia del análisis institucional.

1. Segmentaridad. La unidad positiva de todo agrupamiento social se apoya en un consenso o en una regla exterior al grupo, o en ambos a la vez. El consenso puede ser el del sentido común, el de la solidaridad "mecánica" u "orgánica", el de la creencia común, etc. El reglamento puede estar más o menos interiorizado o ser vivido como coerción pura, según se trata de un reglamento elaborado por la colectividad o aceptado por ella, o también impuesto por una parte de esa colectividad. En todos los casos, la unidad positiva del agrupamiento, lo que le de a su carácter de formación social (es decir: le confiere una forma, determinaciones morfológicas observables), funciona a la manera de la ideología. Desde ese punto de vista, todo agrupamiento es una comunidad con intereses convergentes. Tiene algo de sagrado y de intocable.

En el extremo opuesto a esta visión ideológica, la acentuación de las particularidades de los individuos que componen el agrupamiento produce la negación , a veces absoluta, de la idea misma de comunidad. La unidad positiva del grupo, de la organización, de la colectividad étnica o política, es destruida por el peso de la negatividad cuando esta última toma la forma del individualismo o del nihilismo, cuando se consideran irreductibles los intereses o las características individuales.

Es posible considerar un sobrepasamiento de la primera concepción, que sea, a la vez, una negación de la primera negación. Se considera entonces que la existencia de los agrupamientos es innegable, pero que estos poseen una unidad negativa. Más allá de la unidad abstracta de la ideología universalista, y más allá de la extrema división basada en las particularidades individuales, se advierte que la unidad de los agrupamientos observables es pluralista y heterogénea. Los individuos yuxtapuestos no constituyen un agrupamiento: lo que da su unidad a la formación, y su forma al agrupamiento, es la acción recíproca, y a menudo oculta, de una multitud de grupos fragmentarios en el interior del agrupamiento. Los individuos no deciden en abstracto vivir o trabajar juntos, pero sus sistemas de pertenencia y sus referencias a numerosos agrupamientos actúan de tal modo, que pueden constituirse nuevos agrupamientos, agregándose así a los sistemas de pertenencia y de referencia ya-ahí que al mismo tiempo niegan en diversos grados, puesto que los sistemas de pertenencia y de referencia anteriores entrañan, en general, oposiciones y criterios exclusivos, los cuales, sin embargo, son obligados a fundirse en la multitud de diferencias. Este carácter singular de los agrupamientos detectado por la intervención socioanalítica, toma el nombre de segmentaridad.

Notemos que la pluralidad de grupos reales más o menos visibles, reconocidos y declarados, que componen un determinado agrupamiento, no se confunde con la pluralidad de los "subgrupos" que la psicosociología desentraña en el aquí y ahora del análisis. Sin embargo, estos "subgrupos" contingentes no carecen de vínculos con los grupos de pertenencia y de referencia que existen en el agrupamiento (o fuera de él, funcionando así como grupos de no pertenencia, o como grupos de referencia exterior). Por ejemplo, un subgrupo de "jóvenes" se refiere a una clase de edad que en la sociedad global es percibida menos como una pertenencia universal y natural que a la manera de un grupo segmentario que establece relaciones de dependencia y relaciones agonísticas con el grupo de los "viejos".

2. Transversalidad. La ideología grupista (en los pequeños grupos) o comunitaria (en las grandes formaciones sociales como el partido, la Iglesia, la nación, etc.) tiende a construir la imagen ideal del grupo monosegmentario, de la coherencia absoluta, producida por una pertenencia única y omnipotente, que relega al segundo plano todas las demás. El "grupo" _cualquiera que sea su volumen y su historia_ se contempla narcisísticamente en el espejo de la unidad positiva, excluyendo a los desviantes, aterrorizando a aquellos de sus miembros que abrigan tendencias centrífugas, condenando y a veces combatiendo a los individuos y grupos que evolucionan en sus fronteras. Este tipo de agrupamiento que rechaza toda exterioridad es un primer caso de grupo-objeto.

Un segundo caso de grupo-objeto está constituido, a la inversa, por los agrupamientos que no se reconocen a sí mismos ninguna existencia efectiva, fuera de la que les confiere instituciones o agrupamientos exteriores a los que se asigna la misión de producir las normas indispensables para el gupo-objeto, y de controlar y sancionar el respeto o la falta de respeto hacia esas normas exteriores. Si el primer caso de grupo-objeto es el de la banda o la secta, el segundo es el de agrupamientos definidos por el lugar que ocupan en la división del trabajo y, por consiguiente, en las jerarquías de poder. La estrategia de la secta o de la banda consiste en someter al adversario, o simplemente al vecino; la de un grupo totalmente dependiente consiste en "someterse" ante las instancias superiores (o lo que las reemplaza), y en compensar este sometimiento mediante una racionalización de la polisegmentaridad absoluta, es decir, del individualismo. Mientras que la secta mantiene constantemente abierta la herida de su ruptura institucional con respecto a la sociedad, y la banda no ve en la sociedad más que un riesgo de desbandada, el personal de un establecimiento de
enseñanza o de una pequeña empresa ocupa todo su tiempo en desbandarse y en conjurar cualquier amenaza de separación entre él mismo y la imagen de la autoridad instituida.

En los dos casos de grupo-objeto que se acaba de evocar (2), hay negación de la transversalidad constitutiva de todo agrupamiento humano. Se puede entonces definir la transversalidad como el fundamento de la acción instituyente de los agrupamientos, en la medida en que toda acción colectiva exige un enfoque dialéctico de la autonomía del agrupamiento y de los límites objetivos de esa autonomía. La transversalidad reside en saber y en el no saber del agrupamiento acerca de su polisegmentaridad. Es la condición indispensable para pasar del grupo-objeto al grupo-sujeto.

3. Distancia institucional. El grupo del tipo "secta" mantiene, a fuerza de terror o de autismo, una distancia entre él y la acción de las instituciones; procura eludir el control de estas y desdeña las posibilidades que ellas ofrecen para la acción social. Por el contrario, el grupo del tipo opuesto a la secta (digamos, el grupo-objeto B) identifica en demasía su acción, su funcionamiento y hasta su existencia, con la influencia de las instituciones: entre estas y el grupo-objeto A, la distancia pretende ser infinita; entre estas y el grupo-objeto A, la distancia pretende ser nula. En la realidad extremadamente diversa de los grupos-objeto de diferente tipo, y de aquellos que aspiran al estatuto del grupo-sujeto, se definirá la distancia institucional como el componente objetivo y subjetivo de la conciencia que los actores tienen de su no integración, de la insuficiencia de sus sistemas de pertenencia y, sobre todo, de la falta de transversalidad en la acción del agrupamiento determinado al que pertenecen. Objetivamente, tanto el "proyecto" paranoico del grupo-objeto A como el "proyecto" depresivo del grupo-objeto B manifiestan una aceptación del vacío social, del alejamiento cada vez más considerable con respecto a las bases racionales de la acción. En ambos casos, sin embargo, la subjetividad cumple una función determinante, ya que a menudo condiciona la evaluación que hace el actor en cuanto al grupo que encierra posibilidades privilegiadas para su acción. Por último, también debe tenerse en cuenta la subjetividad cuando se trata de las evaluaciones de un "cliente" con respecto a la distancia institucional de los agentes de quienes depende su existencia. Por ejemplo, un enfermo evoluciona en función de las imágenes que se forja sobre las distancias institucionales respectivas del jefe de la sala y del terapeuta, imágenes que en parte se apoyan en el poder administrativo y la presencia continua del primero, así como en la presencia periódica y el no-poder administrativo del segundo.

4. Distancia práctica. Max Weber vincula dos hechos fundamentales para la comprensión del análisis institucional: por un lado, el alejamiento creciente con respecto a la base racional de las normas institucionales; por otro, el alejamiento creciente con respecto a alas bases racionales de las técnicas. (3) Dando a "técnicas" un significado que abarque el conjunto de las operaciones e instrumentos utilizados como medios en la práctica social, se hablará de distancia práctica para designar esa forma del no saber referente a la función del sustrato material de todas las instituciones y de la organización social.

Como lo sugiere Malinowski, no hay institución sin sustrato material: paradójicamente, la antropología cultural confluye aquí con la teoría marxista y la crítica marxista del derecho. El momento de la singularidad del concepto de institución tiene como contenido, no solamente la organización en el sentido de sistema de decisión y de poder, sino también la organización material, el componente tecnológico y el entorno físico. De este modo, el "acondicionamiento doméstico" (es decir el ordenamiento, la administración o el management de la infraestructura económica) es el momento organizativo y tecnológico del matrimonio y de la familia, así como el "hogar" es el momento de la universalidad. Las instituciones estatales poseen una organización material compuesta de arquitectura y ecología terrorista, sin olvidar lo que ha llegado a ser su privilegio casi exclusivo: la fuerza armada. La base material de las instituciones eclesiásticas y ceremoniales (para adoptar la clasificación de Spencer) parece menos evidente, ya que el factor económico, aunque cumple una función muy importante, queda disimulado, y además se inviste de carácter simbólico a muchos objetos y procedimientos materiales. Pero la materialidad inherente a los símbolos nunca surge con tanta evidencia como en la institución de las fiestas, que la sociología reduce a veces a "ordenamiento" de la ideología o de la mitología. Por último, la importancia de la distancia práctica que separa los individuos y los grupos de las instituciones, se manifiesta a propósito de los medios de comunicación, información y aculturación. Los instrumentos de comunicación que han invadido nuestra vida cotidiana y sirven de soporte a los mensajes de las instituciones establecidas, son para nosotros cada vez más misteriosos en cuanto a su fabricación, su funcionamiento y, sobre todo, su costo y sus modalidades de venta. (4) Weber evocaba el ejemplo de dos instrumentos de comunicación: la moneda y el tranvía. Se podría agregar el teléfono, el transmisor, el grabador, la radio, la televisión, el cine, el automóvil, el avión, el cohete...

Los dos sectores donde hizo su aparición el análisis institucional están particularmente marcados por la inextricable mezcla entre lo económico y lo simbólico en su sustrato material. La psicoterapia institucional nació de una rebelión contra las técnicas somáticas utilizadas en las terapias tradicionales: desde el electroshock al "chaleco de fuerza" quimioterapéutico. Los psiquiatras, en cambio, advirtieron la función que cumple el entorno hospitalario, la ecología,
como soporte de fantasías y como medio que los enfermos utilizan para reestructurar su universo mental y social. La distancia social, o lo que la psiquiatría social designó como el "vacío social" de la enfermedad mental, son el resultado de una distancia institucional que el aislamiento del hospital reduce casi a una distancia práctica, a un exilio con respecto al sistema de objetos tal como este funciona en la vida corriente.(5) Este exilio, claro está, produce desórdenes y racionalizaciones en las fantasías, similares a los que experimentan los verdaderos exiliados, obligados a reconstruir sin cesar, con una pérdida cada vez mayor de los términos de referencia reales, el mundo de su vida anterior. Es comprensible entonces que el psiquiatra procure analizar este símbolo, revelado por la distancia práctica, de la separación entre el individuo y su deseo.

En la institución escolar y, en general, en las instituciones donde se manifiesta una función formativa, la pedagogía institucional nació a su vez de una crítica referida tanto al uso hecho del sustrato material como a la organización del sistema de enseñanza. Las técnicas educativas surgidas del movimiento Freinet eran ya una impugnación del espacio educativo, de las técnicas corporales, de la relación con los objetos presentes o no en el aula. Por la influencia de Rogers, la pedagogía no directiva insistió en el reordenamiento del grupo maestro-alumnos; este grupo dispuso los pupitres "en círculo" para facilitar el intercambio y, sobre todo, para simbolizar la muerte del curso magistral, no sin encontrar numerosas resistencias provenientes tanto de los alumnos y los maestros como del mobiliario escolar y del personal de maestranza. Por último, la pedagogía institucional tomó por objeto el conjunto del espacio educativo, para develar allí los símbolos de la burocracia escolar, símbolos a su vez del sistema social represivo: las modalidades de ingreso y egreso, la distribución de locales, la ausencia de ciertos canales de comunicación y la singularidad de los canales existentes, etc., todo lo cual ha servido y sirve de soporte al análisis del sistema institucional como fundamento invisible e inconfesado de la "educación". Este análisis permitió mostrar cuán poco adecuadas eran las instituciones educativas _y las instituciones en general_ para su función oficial de formación. Más allá de la función educativa surgió como en palimpsesto la sociedad misma, es decir, la sociedad pretendidamente "instituyente".

En tales condiciones, se comprende la importancia que tiene el concepto de distancia práctica para el socioanálisis, o sea, para el análisis institucional aplicado en lugares y momentos de la práctica social que no son la educación ni la terapia.

5. Implicación institucional. Habiendo considerado la distancia institucional como la divergencia entre la acción y sus bases racionales, se llamará "implicación institucional" el conjunto de las relaciones, conscientes o no, que existen entre el actor y el sistema institucional. La segmentaridad y la transversalidad actúan en el sentido de especificar y modificar las implicaciones de cada uno de ellos, mientras que la ideología procura uniformarlos.

6. Implicación práctica. También aquí se trata de un corolario de la distancia práctica. Si esta última mide la divergencia del actor con respecto a la base racional de las técnicas, la implicación práctica indica las relaciones reales que este mantiene con lo que antes se denominó la base material de las instituciones.

La implicación institucional y la implicación práctica abarcan muchos niveles. Adoptando los conceptos que Henri Lefebvre aplica el "análisis dimensional", (6) distinguiremos:

7. La implicación sintagmática. Es la implicación inmediata que caracteriza la práctica de los grupos, "la articulación de los datos disponibles para la acción" (Lefebvre). Estos sintagmas sociales, que son los grupos efímeros o permanentes, pequeños o grandes, nos presentan las relaciones interpersonales. También se habla a veces de la dimensión psicosociológica del análisis institucional, pero es sabido que aquí se trata, en realidad, de un momento del concepto de institución, el momento de la particularidad. La dimensión grupal es importante, pero no se la debe aislar; no constituye el referencial del análisis. En los fenómenos grupales, debe verse la manifestación de la instancia negativa de la institución.

8. La implicación paradigmática. Es la implicación mediatizada por el saber y por el no saber acerca de lo que es posible y lo que no es posible hacer y pensar. Una serie de oposiciones de homologías, de antónimos y de sinónimos, regula sin cesar las acciones. Cuando se denomina "sistema" al eje paradigmático de la lengua, se subraya el aspecto de clasificación, tan propio del sentido común como de la ideología elaborada o del saber científico. Entre la rústica taxonomía del ama de casa que clasifica y reclasifica indefinidamente su mundo y el mundo mediante los códigos de su educación, sus prejuicios, su práctica social (de mujer, de esposa, de madre, etc.) y, por otro lado, la taxonomía erudita del biólogo o del sociólogo, se advierte una diferencia de grado, no una diferencia de naturaleza. El miembro de la tribu bororo y el etnólogo, el ama de casa, y su vecino culto, el alumno y el maestro, el obrero y el patrón, producen ordenamientos más o menos primitivos de su saber sobre la naturaleza y sobre la sociedad. En todos los casos se trata, según la expresión de Lefebvre, de "la explotación reflexiva de lo adquirido".

9. La implicación simbólica. Es la implicación que más se expresa y menos se piensa. Es el lugar donde todos los materiales gracias a los cuales la sociedad se articula dicen, además de su función, otra cosa: la sociabilidad misma, el vínculo social, el hecho de vivir juntos, entenderse y enfrentarse. Uno de estos materiales privilegiados es el sistema de parentesco simbólico que rige el ordenamiento y desordenamiento de una colectividad grande o pequeña, a partir del momento en que una organización y determinadas finalidades la constituyen como tal. Visible sobre todo en el pequeño grupo, el sistema de parentesco simbólico _tal como vimos al referirnos a Freud_, sobredetermina de hecho los grandes agrupamientos, por intermedio de esos eslabones articulados del vínculo social que son las pequeñas unidades efímeras o permanentes que sirven de contexto a nuestra vida cotidiana: familia, lugar de trabajo, reunión privada o publica, etc. Otro material privilegiado de la implicación simbólica es la materialidad de la institución. Más adelante se precisará este punto, a propósito del analista y del analizador.

10. La transferencia institucional. Este concepto, tomado de la psicoterapia institucional, no significa tanto una especie de colectivización y exposición de la transferencia como una nueva concepción del análisis en cuanto intervención institucional, y del analista en cuanto actor social que se implanta en una situación social. Decir que la estructura de la organización, y ya no solamente determinado individuo que ocupa un lugar singular dentro de la estructura (el patrón, el médico, el analista), es objeto de transferencia por todas las personas vinculadas con esa organización, significa de hecho reconocer como algo esencial en la vida de la organización la existencia de una implicación diversificada, según la clasificación antes propuesta. La aplicación institucional simbólica ofrece especialmente la posibilidad de analizar los fenómenos de transferencia. Mientras el análisis permanece en la etapa de decodificación de las implicaciones paradigmática y sintagmática, el contenido de la transferencia es, sobre todo, el de la demanda o el requerimiento de intervención. La implicación sintagmática apunta al momento de lo imaginario (fantasía del grupo); la implicación paradigmática concierne al momento de lo real (la seriedad de la tarea, el reino de la necesidad). Entre ambos tipos de implicación surgen forzosamente algunas oposiciones. La implicación P supone una referencia y una reverencia dirigida a los códigos y reglamentos establecidos, mientras que la implicación S valoriza la ley del grupo, el consenso, el rechazo imaginario de toda obediencia. Sin embargo, dentro del grupo cliente del socioanalista, la oposición surge o es reforzada por la presencia de este, representante más o menos imaginario de un supercódigo, un reglamento de reglamentos, un metalenguaje o un infralenguaje más o menos conocidos.

La oposición entre el staff-cliente (grupo directivo que encargó la intervención) y el grupo-cliente (conjunto de los clientes), o sea, la oposición capital entre dirigentes y dirigidos, no es la única que hace surgir la dialéctica entre lo instituyente y lo instituido. Hay que tener en cuenta asimismo la intrusión de elementos eminentemente perturbadores de la organización en el plano del sistema de parentesco simbólico: los analistas. Al poner en juego la estructura del grupo-cliente en su conjunto, la presencia de los analistas pone al mismo tiempo en evidencia la estructura oculta o tácita de la organización. Las relaciones institucionales comienzan a ser dilucidadas por el simple desordenamiento de la estructura. (7) Dicho de otro modo, el análisis instituye una crisis en las instituciones, y una crisis de las instituciones es una forma de análisis; un análisis en crisis.

De la situación analítica, tal como es definida aquí, puede decirse que se aparta de lo que es, o de lo que quisiera ser, la situación de análisis definida por otros tipos de intervención: el psicosociólogo o el sociólogo de las organizaciones tienden a condenar esta característica esencial del análisis institucional. Es evidente, sin embargo, que la "provocación", si la hay, no es inducida artificialmente, sino que es inherente a las finalidades explícitas del método.

No obstante, la situación analítica no es todo el método. Lo dicho sobre el lugar que ocupan los analistas en la transferencia institucional permite adivinar la función de la contratransferencia institucional. Más en general, las condiciones prácticas de la intervención de uno o de varios analistas deben ser especificadas, desde un punto de vista abiertamente ergológico, es decir, teniendo en cuenta el puesto de trabajo del analista en la estructura de la institución-cliente, definida por su organización y por el desordenamiento que la situación analítica introduce en esa organización.


II. La contratransferencia institucional del analista

El concepto de provocación emocional utilizado en psicología social (8) se aplica al analista, a desviantes o a dirigentes capaces de revelar del grupo a sí mismo mediante una especie de acting-out controlado, que puede ir del cuestionamiento radical a la manipulación afectiva. Tanto el campo de intervención como el campo de análisis de este tipo de provocación son siempre el pequeño grupo. En el caso de la crisis real o potencial desencadenada por la institución del análisis institucional, hablaremos de provocación institucional , en una primera acepción, para designar el desplazamiento de lo instituido por parte de la acción instituyente del analista. En una segunda acepción, veremos más adelante que la provocación institucional se refiere también al analizador.

Intervenir, dice el diccionario, es "tomar parte en un debate ya entablado entre otras personas". El gran problema para el interviniente _se llame sociólogo, psicólogo, socioanalista, asesor, experto, etc._ reside en comprender que interviene en un sistema de valores y de modelos culturales de los clientes, será percibido a la vez como médico y como intruso.

Esto expresa la dificultad que se experimenta para captar el lugar del analista en la división del trabajo. Para que haya situación analítica (seminario o sesión, según se acentúe la formación o la intervención), hace falta, por un lado, una demanda de la organización o de la colectividad-clientes; por otro, es necesario que en el mercado haya existencia de analistas y organizaciones de analistas. La demanda _difusa o precisa_ se referirá a determinado tipo de intervención (sociológica, psicológica, económica) y después a determinado método de análisis. Por último, en función de la imagen proporcionada en el mercado,la elección señalará determinado analista o determinado equipo dependiente de una organización de analistas.

De estas comprobaciones triviales, pero muy significativas para las partes interesadas, se desprenden conclusiones que contribuyen a establecer la regla fundamental del analista:

1. El analista, cuya función consiste en inmiscuirse en una división del trabajo ya-ahí, instituida entre los miembros de una colectividad-cliente, ve su puesto de trabajo definido en cuanto a su contenido y delimitado en cuanto a sus prerrogativas mediante la demanda de intervención, en el momento en que ésta se convierte en requerimiento y contrato de intervención. El saber operativo que el analista posee o se le atribuye cumple un papel relativamente débil en el establecimiento de los criterios ergonómicos del análisis: así como el cliente del psicoanalista puede saber tanto como su analista sobre la ciencia freudiana, los clientes del psicosociólogo o del sociólogo bien pueden estar correctamente informados acerca de los últimos resultados de la sociología o la psicosociología. El saber particular del analista no llega a pesar decisivamente en el establecimiento de sus criterios ergonómicos hasta que dicho analista se convierte en empleado permanente de la organización. Desde ese momento, ya no altera _salvo al comienzo_ la división del trabajo instituida. Su trabajo queda institucionalizado y entra en relaciones directas con todos los demás puestos de trabajo que coadyuvan a las finalidades de la organización.

2. En el desplazamiento de la división técnica y social del trabajo que el análisis introduce, la mediación más expresiva y, al mismo tiempo, la más oculta, es la relación financiera que establece el analista con la organización-cliente. Él analista es pagado por el cliente, o por una institución de la que el cliente depende. Pero, quién es el verdadero cliente? Los miembros de la organización que han formulado una demanda difusa de intervención, sin saber muy bien a qué tipo de análisis o de analista confiarse? El staff-cliente, compuesto por los directivos de la organización, que ha formulado el requerimiento, discutido el contrato, negociado en nombre de todos determinada modalidad de intervención? O aún todos los que pagan? Pero ocurre con frecuencia que no todos pagan, o que los honorarios del analista no se establezcan de manera clara o definitiva en el momento del contrato, y que este sea tácito. Dentro del staff analítico puede haber igualmente diferencias de status, y una parte más o menos importante de los honorarios puede corresponder a la organización analítica, repartiéndose el resto entre los analistas. Por último, no es insólito que esta cuestión de los honorarios sea ignorada por una parte del grupo-cliente, y/o considerada como no significante en la intervención (véase el cuadro de págs. 276-77).

Lo más grave sería, por fin, que el analista mismo descuidara, subestimara o se negara a tener en cuenta este material del análisis o tecnificara el problema reduciéndolo a una discusión cuantitativa sobre las tarifas de las organizaciones competidoras.

3. La cuestión de las bases materiales de la intervención no puede sino remitir a la cuestión más general de las bases
materiales de la institución analítica. El análisis es una institución: esto significa que el recurso a los analistas como intervinientes externos, efímeros o periódicos, y pagos, es legitimado por el reconocimiento de cierto consenso y de cierta reglamentación respecto de este intruso, de este provocador institucional que es el analista. La institución del analista en intervención tiene su universalidad: el socioanalista, al igual que el psicosociólogo o el sociólogo de las organizaciones, entra en la categoría general de los "expertos" a quienes se recurre en el nivel de las colectividades (economista, médico del trabajo, etc.). La particularidad del socioanalista y de las profesiones que le son más afines consiste en actuar en un campo de análisis sociológico o psicosociológico. Por último, la singularidad de la institución analítica reside en el hecho de que aquel sólo puede ejercer verdaderamente su actividad en situación de intervención, es decir, deslizándose en una división del trabajo de la que normalmente está excluido (salvo, como se ha dicho, bajo la forma de sociólogo o psicólogo "asesor", regularmente a sueldo de la organización que lo emplea de manera permanente). Aparentemente, el analista no tiene que rendir cuentas a nadie: es "patrón a bordo después de Dios", según la fórmula ingenua de un célebre psicoanalista. En verdad, esas cuentas que supuestamente debe rendir sólo
a sí mismo o a Dios forman parte de las "cuentas" de la organización-cliente. El dinero que recibe debería permitirle abordar la difícil cuestión de la contratransferencia institucional.













































4. Lo que interviene en la situación analítica, lo que analiza el campo delimitado por la demanda del cliente y por los conceptos del analista, no es una palabra aislada, científicamente legitimada por el saber o los títulos; es, en primer término, la dilucidación de las relaciones establecidas entre los clientes y sus respectivas instituciones, entre los clientes y el analista y por último, entre el analista y las instituciones. Si bien las dos primeras relaciones conciernen a la transferencia institucional, la tercera no es la única referida al analista. La segunda de estas relaciones también lo alcanza, ya que si los clientes "transfieren" a él, a su vez él "transfiere" a los clientes. Se advierte entonces que la contratransferencia institucional resulta de dilucidar: a) la respuesta que da el analista a los clientes en función de las diferenciaciones del "trabajador colectivo" según status, edades, sexos, razas, etc.; b) la respuesta que da el analista a la organización cliente como institución, inscripta en un sistema singular de instituciones; y c) la respuesta que da el analista a las transferencias de su propia organización analítica, o de la organización que "cubre" su equipo desde un punto de vista deontológico y/o desde un punto de vista metodológico e ideológico.

La dilucidación de estas diferentes relaciones transferenciales y contratransferenciales es lo que más falta en intervenciones inspiradas por la sociología de las organizaciones y aun, algunas veces, por intervenciones psicosociológicas. La ausencia o la insuficiencia de dilucidación produce, ya sea una intervención "salvaje", ya sea una intervención en función de reaseguro. En el primer caso, se toma la provocación institucional como un fin en sí, en nombre de cierto irracionalismo y hasta cierto nihilismo. En el segundo caso, donde la ideología reformista solicita la intervención de manera ciega, no explicitada, la provocación institucional es rechazada en nombre de un racionalismo que, sin embargo, se sabe "limitado" y "subjetivo". (9) El medio de evitar ambos tipos de errores consiste en adoptar como regla fundamental de la intervención el análisis permanente de la demanda , término en el cual se incluye tanto el requerimiento explícito del staff -cliente como la demanda difusa y contradictoria del grupo-cliente y la demanda implícita del analista. De este modo, el campo de análisis abarca el conjunto de los conceptos propuestos hasta aquí: segmentaridad, transversalidad, distancia institucional, distancia práctica, implicación práctica, implicación sintagmática, implicación paradigmática, implicación simbólica, transferencia institucional y contratransferencia institucional. En efecto: el análisis de la demanda no debe ser concebido como una especie de introspección colectiva, de juego de la verdad, de ajuste de cuentas entre categorías de status, o de lavado de ropa sucia en familia. Si bien algo de todo esto aparece durante una sesión analítica, es evidente que analizar la demanda consiste también, y ante todo, en ver en relieve lo que la demanda delineaba en hueco: la situación real de la organización-cliente, sus relaciones con el conjunto del sistema social, sus contradicciones, y la potente acción de lo negativo que, de cualquier manera, la hace funcionar y producir. Al racionalismo mitigado de la teoría sociológica de las organizaciones le cuesta aceptar este enfoque dialéctico, que admite el papel de la negatividad. "El mayor prejuicio que reina en esta materia _señala Hegel_ (10) consiste en pensar que la dialéctica no puede producir sino resultados negativos ". Sin embargo, no se debe juzgar como falta imputable a un objeto o a un conocimiento el hecho de que se revelen como dialécticos, mediante su estructura, su organización, o a causa de una asociación exterior.

Poco importa que se designe a lo negativo como "conflictos interpersonales", o "disfunciones de la burocracia", o aun "lucha de clases". Lo que cuenta es definir el concepto de lo negativo en la intervención analítica. Este concepto es el analizador.


III. El analizador

Tomemos una organización política fuertemente centralizada. Una hipotética intervención en un sector de esta organización, cerca o lejos del centro del poder, exigiría del staff-analítico, en primer lugar, una dilucidación permanente de la contratransferencia institucional, destinada a esclarecer las implicaciones diversas de los analistas con respecto a la ideología de la organización; en segundo lugar, una escucha particularmente fina de todo lo que concierne, no a los mensajes explícitos del ritualismo ideológico, sino a todos los mensajes en "código" que emite el apartado cuando "habla", casi siempre silenciosamente, de su existencia, de su antigüedad, de su poder, de sus modalidades de conservación de lucha, de su estrategia y de sus tácticas.

El sustrato material, la infraestructura organizativa de la institución y su materialidad, hablan más alto que sus palabras articuladas. Por eso se los disimula mediante el secreto, la canalización de la información y las racionalizaciones ideológicas. Cuando el sociólogo lo aisla so pretexto de que su flexibilidad da cuenta a la vez de los sistemas de decisión, de los sistemas de valores y de los modelos culturales, el concepto de organización no permite analizar dialécticamente la relación entre ideología, organización y base material. Pero, cómo tratar de explicar las funciones objetivas de la organización política (o de cualquier otra organización) si se ignora que el significante, el sujeto de la institución, reside parcialmente en la manera en que los miembros de la organización, según sus status y muchas otras variables, se conducen con el dinero que pasa por sus manos?

Se mantiene bajo silencio, no dicho, y se comunica apenas, es enunciado simbólicamente por la estructura del aparato. Los mensajes del aparato se caracterizan por ser órdenes. No son discutibles, pues como órdenes quedan marcados por la función conativa del lenguaje: (11) esta función corresponde a los mensajes en modo imperativo o vocativo; no admite, lógicamente, que se plantee respecto de ellos la pregunta: Es verdadero? Es falso? No pudiendo ser cuestionados , estos mensajes constituyen la base del lenguaje burocrático, del lenguaje de la separación dirigentes/dirigidos.

A veces, en período de crisis de la organización, el aparato utiliza la función metalingüística que es privilegio de los "responsables" del dogma y de la interpretación. (12) Se trata entonces de recordar a los miembros de la organización las exigencias más vitales del aparato: la disciplina absoluta adoptada del ejército, la institución más autoritaria y, al mismo tiempo, más agonística. Enunciando con mayor o menor claridad los problemas atinentes a la organización, a
la democracia interna, al funcionamiento de los sistemas de decisión, etc., el aparato atestigua un peligro mayor que lo amenaza: la desviación organizacional.

Se pueden distinguir tres tipos de desviantes, cuya importancia varía según el volumen, la forma y las funciones de la organización. El tipo más habitual es el desviante ideológico, que emite dudas sobre las finalidades y la estrategia general de la organización, intentando agrupar a otros heresiarcas ideológicos. Constituye el segundo tipo del desviante libidinal , que ocupa demasiado lugar en la estructura libidinal del grupo y con su sola presencia, arroja dudas sobre la seriedad de la ideología o de la organización. El tercer tipo es precisamente el desviante organizacional , que ataca de frente _y ya no por intermedio de desacuerdos teóricos o de comportamientos físicos ansiógenos_ el punto donde los problemas puramente prácticos y materiales confluyen con las cuestiones más teóricas: la organización.

La intervención _totalmente hipotética_ debería considerar al desviacionismo organizacional como el más importante, por ser el más temido. Los canales de comunicación concebidos para reducir o suprimir la libre expresión; los sistemas de poder sabiamente disimulados tras un funcionamiento "democrático", la base financiera y material de la organización relegada a lo insignificante no manifiesta todo esto, "de manera alusiva e invertida" (Poulantzas), la estructura común a muchas organizaciones, cualesquiera que sean sus funciones? Ahora bien, esto es lo que el desviante organizacional cuestionaba. Se denominará analizador a lo que permite revelar la estructura de la institución, provocarla, obligarla a hablar. Provocación institucional, acting-out institucional; por el hecho de remitir a sistemas de referencia psicosociológicos (provocación emocional) o psicoanalíticos (acting-out ), estas expresiones sugieren tal vez que el análisis institucional menosprecia los elementos patológicos y tiende a querer "manipularlos". Esta percepción es incorrecta. En efecto, no hay que asimilar el analizador o los analizadores a uno o a varios individuos que servirían de "cómplices" del analista. En cambio, es cierto que el acting-out (el "pasaje al acto") institucional supone un pasaje a la palabra (una provocación, en el sentido primario del término), y por consiguiente exige la mediación de individuos particulares, a quienes su situación en la organización permite alcanzar la singularidad de "provocadores". En el estado actual de los métodos de investigación sociológica, no es posible dilucidar el problema del poder, el problema del dinero y el problema de la ideología que viene a mezclarse de manera casi inextricable con los dos primeros, sin que intervenga en la situación analítica cualquiera de las figuras bajo las cuales se presenta el analizador: "genio travieso" (Sembrador de duda radical), "espíritu perverso", "sufre-dolores" o "chivo emisario", "oveja apestada" o "aguafiestas", el "gracioso de la pandilla", el especialista en "bromas pesadas" o el "maniático del espíritu de contradicción".

Los individuos "analizadores" casi nunca surgen ex abrupto , como meras encarnaciones de la negatividad de la institución. Se manifiestan poco a poco en una relación de oposición y/o de complementariedad, como "líderes" competitivos o rivales. Es así como el desviante libidinal no se manifiesta sino en el cuestionamiento difuso y a menudo silencioso de la ideología del grupo-cliente, cuando este último se constituye como grupo-objeto, identificando ideológicamente sus finalidades con la finalidad de la institución o de las instituciones más influyentes en el grupo. El acceso al grupo-sujeto no se efectúa solamente a través de la "toma de conciencia", la "revelación", la "conversión" o la "iluminación" del grupo-objeto, alcanzada gracias a ese "mesías" por fin reconocido que sería el analizador tomado en sí mismo. Frente al desviante libidinal surge con frecuencia un desviante organizacional que asume el cuestionamiento de la organización de la sesión analítica, del funcionamiento y de la ideología del grupo aquí y ahora, así como del sistema de poder de la organización reproducido de manera inconfesa en el grupo-cliente. La intervención del desviante organizacional como analizador es más racional que afectiva, aunque fácilmente parezca más apasionada. El grupo-objeto se caracteriza por defenderse de los analizadores, reduciendo todos los tipos de desviación a la desviación ideológica. Tal reducción permite, en efecto, racionalizar la crisis y circunscribirla a esquemas conflictuales muy conocidos": cuestiones de opinión, de generaciones, de filiación filosófica... "Espíritu perverso" debido al activismo, al individualismo, a la ambición personal, etcétera.

La policía, y con ella la ideología dominante y el "sentido común", ven en el líder la causa de todos los acontecimientos que vienen a turbar el orden público. El líder ideológico, casi siempre un intelectual desviado, es acusado de pervertir a la juventud con sus escritos o sus palabras. El líder libidinal es acusado de buscar el poder apoyándose en las mujeres, o, si se le sospecha de homosexual, como ocurre con frecuencia, en los hombres. En cuanto al líder organizacional, o se asimila su caso a uno de los casos antedichos, o a los dos, o se lo acusa confusamente de "manejar los hilos" de numerosos complots o manifestaciones opositoras con el propósito de lograr poder y/o dinero.

Estas construcciones de la ideología no deben dejar indiferente al socioanalista en la medida en que reaparecen, en grados y formas diferentes, en el seno del grupo-cliente durante la sesión analítica. Conviene señalar que los tres tipos de desviantes o líderes "analizadores" de la situación institucional entran en una dialéctica que corresponde a los tres momentos del concepto de institución.

Momento de la universalidad Desviación ideológica
Momento de la particularidad Desviación libidinal
Momento de la singularidad Desviación organizacional

Falta explorar muchas direcciones de la investigación, si se quiere llegar a una teoría coherente y eficaz del analizador. Mientras tanto, contentémonos con señalar algunas de las cuestiones dejadas en suspenso por el análisis institucional y por las investigaciones habituales en sociología y psicología social:

a. Cuáles son las relaciones entre liderazgo y desviación? A la dialéctica del líder y del desviante corresponde el hecho de que un líder en función parece reclamar a un desviante, el cual es un líder en potencia, en la medida en que uno y otro no hacen más que expresar, en el nivel más visible y dramático, el juego de los diferentes momentos articulados en el concepto de institución.

b. La presencia simultánea o sucesiva de este tipo de líder o de desviante evoca la importancia que tiene, en el análisis, todo elemento presente-ausente, es decir, que actúe por oposición al elemento presente (si él está ausente), o por oposición al elemento ausente (si él está presente). Un ejemplo privilegiado de este símbolo y este síntoma que es el analizador presente-ausente sería el del líder y/o desviante que habla por los demás miembros del grupo, les da la palabra o les sirve como caja de resonancia: cuando él está presente, determinadas categorías de personas pueden expresarse, mientras que otras quedan reducidas al silencio o al acting-out . En su ausencia, la situación se invierte. Este tercer canal o tercer fático (por alusión a la función fática del lenguaje, o función de contacto) es un amplificador de la palabra, y por consiguiente un articulador (un "embrague") de sentido, un analizador.

c. Habrá que preguntarse también cómo se articulan y oponen normas sociales y materialidad en el tiempo de trabajo y fuera de él: dicho de otro modo, cómo la institución "recupera" constantemente las mil evasiones del vínculo social que se producen en la parte más débil de la estructura social, allí donde lo práctico-inerte sólo entra en contacto con la serialidad y donde el trabajador, ergonómicamente definido y controlado, no puede "dialogar" sino con los mensajes fálicos de la máquina y con cadencias impuestas. Las relaciones entre institución e ideología deben ser completadas mediante un estudio de las relaciones entre institución y tecnología: con esta condición, podrá evitarse el riesgo (al que no pretendo haber escapado) de autonomizar lo institucional con respecto a lo económico, y de asignar el mejor papel al material psicosociológico. La dilucidación del concepto de analizador exige, en todo caso, una muy viva atención hacia esta zona limítrofe, mal conocida porque se expresa muy poco, donde la acción se apoya simbólicamente y/o materialmente en los medios de producción. Es el caso de la función que cumplen los animales y las fuerzas naturales en la producción pasada y presente. Es también el caso de los analizadores naturales: el niño, la mujer, el loco, el anciano, en tanto ocupan (o no ocupan) un lugar visible en la producción, y en tanto ocupan siempre un lugar en el sistema simbólico de parentesco y en la producción de símbolos sociales. Hablándonos del no-trabajo, de la irresponsabilidad financiera, de la muerte, del deseo y de la muerte del deseo, estas categorías nos hablan muy alto de las separaciones instituidas por el sistema social y promovidas al rango de normas naturales de nuestra acción.

El niño nos habla de la separación entre la formación y la brutal entrada en la vida "adulta", la vida del capital. La mujer nos habla de la separación entre la búsqueda de la felicidad y la ambición social. El enfermo nos habla de la separación entre contemplación y acción. El loco nos habla de la separación entre lo normal y lo patológico. El anciano, por último, nos habla del deterioro de la noción de adulto, de la negatividad que destruye la noción de adulto, separando un período (cada vez más corto) de existencia vendible al capital, y un período de supervivencia, de existencia superflua.

En última instancia, el analizador es siempre material. El cuerpo es un analizador privilegiado. La institucionalización de las relaciones entre mi cuerpo y el sistema de los objetos es lo que revela con mayor crueldad la instancia económica en el sistema institucional. Por eso el concepto de analizador deberá constituir el objeto de las futuras investigaciones institucionales.




NOTAS

(1) Ya se ha visto (5, IV) en qué consiste el socioanálisis según Van Bockstaele: análisis de los grupos naturales centrados en el concepto de grupo. El término "socioanálisis" es mucho más antiguo. Moreno reivindica su paternidad en Psicoterapia del grupo y psicodrama (1932). En el sentido de psicoanálisis aplicado a grupos, instituciones, ideologías, Amar se refiere a él en 1950, en "Introduction a la socioanalyse", Reveu Française de Psychanalyse, nº 2. Constituye otro dominio socioanalítico el "psicoanálisis" retroactivo, post mortem, de personalidades políticas o artísticas: mientras que Freud se interesó en el "caso" del presidente Wilson, René Lafforgue, por ejemplo, psicoanaliza a Rousseau, Robespiere y Napoleón un siglo y medio después de morir sus "clientes" (en Psychopatologie de l'échec ). La herencia de El

porvenir de una ilusión o de El malestar de la cultura se percibe mejor en una clase de obras que se remiten a una antropología psicoanalítica; macropolíticas a veces (p. ej., Psychanalyse de la situation atomique , de Fornari, París, Gallimard, 1969), se aplican con mayor frecuencia a situaciones coyunturales, a crisis sociales inesperadas (en algunos estudios sobre la crisis de mayo-junio en Francia se intentan reducciones del tipo "rebelión contra el padre"). Por último, aunque ciertas formas de intervención psicosociológica pueden ser calificadas como "socioanalíticas' (social analysis de Elliot Jaques), sin duda es exagerado evocar, como Roger Bastide, una "sociología psicoanalítica" lindante con el psicoanálisis aplicado, la "psicología colectiva" o "de masas" y la antropología. Sería más correcto hablar de "fenomenología social", como Monnerot.

(2) El aporte de Guattari sobre estas nociones de grupo-objeto, grupo-sujeto, transversalidad, fue resumido antes, 4, III.

(3) M. Weber, "Essai sur quelques catégories de la sociologie compréhensive", en Essais sur la théorie de la science , París, Plon, 1965.

(4) Esto conduce a empresas comerciales que enarbolan el estandarte de la cooperativa de compra y la "participación" a buscar el contacto con los clientes para revelarles el secreto de la comercialización: "Decimos con mucha franqueza la verdad sobre los aparatos que vendemos" (Contact , órgano informativo de la FNAC, Nº 101, julio de 1969).

(5) J. Baudrillard, Le systeme des objets, París, Gallimard, 1968.

(6) H. Lefebvre, Le langage et la société , París, Gallimard, cap. VII. "Le code tridimensionnel. Esquisse d'une théorie des formes".

(7) "La estructura no es el simple principio de la organización exterior a la institución; en forma alusiva e inversa, la estructura se halla presente en la institución misma, en la reiteración de estas presencias ocultas sucesivas se puede descubrir el principio de la dilucidación de instituciones (N. Poulantzas, Pouvoir politique et classes sociales , París, Maspero, 1968).

(8) K. Lewin, Psychologie dynamique , París, PUF, 1959.

(9) March y Simon, en Estados Unidos, proponen el concepto de "racionalidad limitada". En Francia, Crozier adopta este enfoque y agrega el concepto de "racionalidad subjetiva de cada agente libre, ya sea ejecutante o director". Esta racionalidad subjetiva se conjuga con "la influencia de los factores psicológicos, sociológicos" y de "relaciones humanas que la limitan" ( Le phénoméne bureaucratique , París, Ed. du Seuil, 1963, pág. 202).

(10) G. W. F. Hegel, Science de la logique , capítulo de conclusión, titulado "L'Idée absolute", que contiene una exposición del método dialéctico.

(11) R. Jakobson, Essais de lingüistique générale , París, Ed. de Minuit, 1964. La función conativa es la del mensaje centrado en el destinatario. Puede tomar la forma de la orden ("Cállese!"), de la admonición ("Unámonos!"), del ruego ("Ayúdeme!").

(12) La función metalingüística es la del mensaje centrado en el código., Es reformulación, connotación, comentario,interpretación: "El extremismo, enfermedad infantil del comunismo...".